Los inventarios de petróleo crudo y productos refinados en cierta
refinería de la Provincia de Buenos Aires eran muy especiales (se inventariaba
durante 2 días y sus noches, con turnos de 4 horas de inventario y 4 horas de
descanso. Había que subir a los tanques a 10 metros de altura, las técnicas de
medición eran específicas, etc.), todo lo que dio lugar a múltiples anécdotas. Recuerdo
muy bien la siguiente:
Había estado lloviendo muy copiosamente durante los anteriores 4 o 5
días. Los grandes tanques, por razones de seguridad, estaban rodeados de
inmensos fosos vacíos. La idea es que si hay un derrame del combustible, que
éste quede apresado en el foso y no se disperse. Debido al diluvio, o a los
diluvios, el foso de un tanque que teníamos que medir estaba totalmente
anegado, y el acceso para poder subir a la escalera del tanque, estaba
completamente inundado. La única posibilidad de llegar al tanque y poder subir
a la escalera, era cruzar por encima del foso inundado, haciendo equilibrio
sobre un caño de unos 20 centímetros de diámetro.
Estaba acompañando a un empleado de la refinería, especializado en
mediciones, ágil, acostumbrado al trabajo rudo, a treparse y saltar entre
tanques. El empleado, seguro de que el flacuchento auditor, criado en la ciudad, temeroso y débil (o sea,
yo), iba a ser incapaz y renunciaría a
la aventura de ir “por la cuerda floja” por sobre el foso de agua (creo que no
había cocodrilos, lo que lo hubiera hecho más dramático), me ofreció muy gentil
(y sobradoramente) que él haría el cruce por sobre el caño, subiría al tanque y
desde allí me “cantaría” los datos del contenido.
Pero hay un tema cultural que tenemos los auditores, que podría
definirse como “Si el cliente puede hacerlo, el auditor también”. Y como
auditor, yo también lo tenía incorporado. Sin dudarlo un segundo, le repliqué –
Cruce Usted primero, y yo lo sigo. Creo que el empleado de mediciones se rió
para sus adentros, y sarcásticamente dijo – De acuerdo, si usted quiere cruzar,
cruce.
El empleado fue cruzando paso a paso por arriba del resbaloso caño, tuvo
algún amago de caída, pero llegó sano y salvo a la otra orilla. Allí nuevamente
me ofreció subir él al tanque y pasarme los datos del conteo. Ese hombre no
sabía que se estaba enfrentando a un auditor. Le grité desde mi orilla que no
se haga ningún problema, que ya cruzaba y estaba con él, con la seguridad de un
equilibrista del Cirque du Soleil.
Tomé mis papeles de trabajo en la mano y comencé a cruzar el caño
tubular. Los primeros pasos fueron muy dubitativos, pero luego adquirí
seguridad. Cuando estaba en medio de mi travesía, comenzaron los problemas de
equilibrio. Y sucedió lo que tenía que suceder. Perdí el equilibrio y caí (de pie)
en el foso. El agua me llegó hasta la cintura y había rescatado los papeles de
trabajo sin mojarlos. El empleado de la refinería, aguantando para sus adentros
la carcajada, se mostraba preocupado mientras me preguntaba si todo estaba
bien. Yo, negándome a reconocer el desastre, y como si nada hubiera pasado,
seguí caminando sumergido en el agua, hasta emerger empapado por la otra orilla.
Con mi mejor cara tipo “no sé por qué me estás mirando”, simplemente le dije:
-Continuemos.