Mucho
se ha hablado recientemente del error ocurrido en los premios Oscar al
anunciar el ganador de la categoría mejor película, pero muy pocos saben que
hace mas de 25 años, parte de esos premios fueron anunciados en el Teatro Colón
de Buenos Aires, para los millones de telespectadores de la ceremonia del Oscar
en todo el mundo.
Y
del mismo modo que un socio de un estudio internacional fue conocido a partir
de los infortunados hechos que son de público conocimiento, nuestra historia de
los premios Oscar en Argentina tiene como uno de sus protagonistas a uno de
nuestros colegas, un contador argentino, también socio del referido estudio. A
continuación sus recuerdos y anécdotas asociados con esta historia de película,
narrados en primera persona.
“A
comienzos de 1990, en una tarde nada especial, excepto por lo que estaba por
ocurrir, suena el teléfono de mi oficina y al contestar escucho la voz de mi
jefe pidiéndome que fuera a su oficina de inmediato. Cuando el socio principal
de una firma de contadores llama a un socio joven, como era mi caso, lo primero
que uno se pregunta es en qué tipo de problema me habré metido. Sin poder
imaginarme de que se trataba, subí sin demora y con un poco de nerviosismo.
Mi
jefe no era una de esas personas que vive pasándote la mano por la espalda para
que te sientas bien ni te recuerda a cada momento las grandes contribuciones
que has hecho ni las que seguramente harás en el futuro. Con su profesionalismo
habitual comenzó a hacerme preguntas muy específicas: ¿Tenés algún problema en
aparecer en televisión? ¿En smoking? ¿Trabajar con gente que solo habla inglés?
Me olvidaba, la audiencia del programa de televisión será de millones y
millones de personas, en todo el mundo. ¡Claro que no tengo problemas, ésto la
hago casi todos los días!
Debo
confesar que la idea de estar frente a las cámaras me atraía, ya que dentro de
mi siempre hubo una lucha entre el contador y la “prima donna”. Esta era la
oportunidad de probar que no todos los contadores somos introvertidos y le
escapamos a las luces de la fama. La
historia era simple. La Academia de Hollywood quería en esta edición anunciar
ganadores en algunas ciudades fuera de los EEUU, como una forma de acentuar la
naturaleza internacional de los premios y el evento. Y Buenos Aires había sido
elegida para representar a América Latina. Sin duda que ser la capital cultural
de la región, hacer la transmisión desde el espectacular Teatro Colón y la importante
producción fílmica del país, fueron elementos clave para la elección de la
Reina del Plata (sobrenombre de Buenos Aires) para este singular evento.
En
las semanas siguientes me toco vivir el vértigo de Hollywood. Viajé a Nueva
York a recibir los sobres con los nombres de los nominados a las categorías a
ser anunciadas en Buenos Aires. Sesiones con la prensa, fotografías con los
sobres, posando como una geisha con todos los sobres acomodados en forma de
abanico. Imagino que esta es la atención que deben sufrir en forma rutinaria
los Brad Pitts y George Clooneys del mundo. Pero de alguna manera, sobreviví.
Tres
días antes del gran show comienzan los ensayos en el Teatro Colón. Tres
personas en el escenario: Charlton Heston (una gloria de Hollywood, ganador del
Oscar al mejor actor en 1959), Norma Aleandro (gran actriz argentina,
protagonista del film Una historia oficial, ganadora del Oscar al mejor film
extranjero en 1985, y su servidor. Todo previamente escrito y coreografiado.
Director y asistentes de los EEUU. Equipo de televisión y logística local. ¡Qué
producción, qué lujo, qué nervios!
Lo
mío era simple. Antes del evento, asegurarme de separar entre todos los sobres
para cada nominado los dos que correspondían a los ganadores, uno para
Documentales y otro para Documentales Cortos. Dado que para cuando había
viajado a Nueva York aun no se habían completado las votaciones, mis colegas de
Los Ángeles me habían entregado todos los sobres, cerrados y con un código
alfanumérico en el exterior. Dos días antes del evento recibí los códigos de
los ganadores, con la instrucción de destruir los sobres restantes. Imaginen
mis nervios al separar los ganadores: ¿Qué pasaría si me equivocaba? De hecho, alguien se equivocó unos 25 años después. Como buen
auditor con años de entrenamiento, le pedí a uno de mis socios que verificara
que lo que estaba haciendo era lo correcto. Sobres identificados, ahora a
cuidarlos con mi propia vida!
En
lo artístico, debo reconocer que la Academia me trato como una estrella: me
dieron mi propio camerino en el Teatro Colón. Así que le pedí a mi peluquero
(perdón, estilista) que viniera a peinarme allí mismo.
En
cuanto a mi papel la noche del show, éste era más protagónico que el de mis
colegas en Los Ángeles. Yo debía entrar al escenario las dos veces que se
anunciaran los ganadores y entregar en mano, y frente a las cámaras, el sobre del ganador a los presentadores. Debo
reconocer que los mejores consejos al respecto vinieron de la persona que todos
ustedes se imaginan: mi esposa. Y aun recuerdo el mas valioso: por favor caminá
despacio y mirá bien la alfombra en el piso, no sea cosa que te tropieces y te
caigas frente a millones de testigos. No hay nada mejor que una esposa con
confianza absoluta en lo que uno hace.
Finalmente,
la gran noche llegó. Todo el lujo y el glamour de la farándula Argentina
entrando al teatro Colón. En las primeras filas, todos los actores, modelos y
resto del jet set local. Nunca había visto tantas caras famosas frente a mi. De pronto, se escucharon gritos. Ocurrió que parte del personal de la
empresa que televisaba el evento estaba de huelga y algunos intentaron sabotear
la transmisión internacional cortando algunos cables. La cosa no pasó a mayores
y fue nada mas que un susto. No se imaginan lo fuerte que apreté el
porta-papeles de cuero donde estaban los sobres del Oscar: nada ni nadie me los
iban a arrebatar.
A
la hora del show todo salió según lo planeado y como en los ensayos (a esa
altura ya conocía los chistes de los presentadores de memoria). No me tropecé
en el escenario, entregué los sobres correctos a los presentadores correctos, y
la transmisión vía satélite fue un suceso. Lo que siguió fueron fotos con los
artistas, y la fiesta de celebración. Luego de esa ceremonia en 1990, jamás
volvió a realizarse la presentación de premios Oscar fuera de Los Ángeles. No
creo tener responsabilidad alguna en ello.
Esta
noche del Oscar en el Colón me ha quedado grabada en la memoria como pocas
otras cosas que ocurrieron en mi carrera profesional. Aunque tal vez aquel día
en que el gerente general de mi cliente puso un revolver cargado sobre la mesa
antes de empezar nuestra reunión también lo recuerde muy bien. Pero eso será el
tema de otro historia en el blog.
Este relato ha sido
aportado gentilmente por Ricardo Silvagni