En esa época estaba
suscripto al semanario Newsweek, como una de las distintas variantes e intentos
para aprender Inglés como adulto (cito, entre otros, cursos presenciales con
profesores nativos (nativos de Bahía Blanca), libros de gramática con
kilométricos homework, grupos de conversación en inglés, audio libros,
borracheras en bares ingleses y alguna eventual novia de origen
estadounidense). Como suscriptor recibía de tiempo en tiempo distintas
propagandas e invitaciones. En todo ese tiempo, la que más me llamó la atención
fue una carta de formato alargado que, al abrirla descubrí lo que parecía ser
un cheque a mi nombre, con membrete de un banco estadounidense y firmado por la
friolera cifra de US$ 100.000.000. Lo ratifico y se los digo en letras: Cien
millones de dólares.
Al leer el cheque por octava
vez, vi que si bien estaba a mi nombre con el apellido correctamente deletreado,
indicaba, en lugar del tradicional “Pay to: “, un “Do not Pay yet to:”, y al
darlo vuelta indicaba que si jugaba a la Lotería de California, algún día
podría recibir verdaderamente un auténtico cheque por ese importe. Luego de la
obvia frustración, opté por colocarlo en lugar visible de mi oficina, como un
objeto decorativo y anecdótico.
Poco tiempo después, un
colega y amigo entró a mi oficina. Luego de los saludos y algún comentario, sus
ojos quedan congelados en la imagen del cheque. Azorado y sin quitarle la
mirada, inició el siguiente diálogo:
─ ¿Qué es eso?
─ ¿Eso? Un cheque que me
llegó el otro día ─dicho como si fuera la cosa más normal del mundo.
─ Pero….está a tu nombre.
─ Si, claro ─le respondí con
un tono indiferente.
─ Y dice cien millones de
dólares.
─ Si, cien ─expresado con la
serenidad de un monje budista en el Tíbet.
─ ¿Y qué c&%$%*# estás
esperando para cobrarlo?
─ ¿No vés que es de un banco
de Estados Unidos?
─ ¡Pedazo de p&%$#=@, un
pasaje te sale menos de mil quinientos dólares, y estamos hablando de cien
millones de dólares! ─me gritó con su rostro ya totalmente colorado.
─ Es que habría que viajar
hasta ahí. Son varias horas de vuelo. Me aburre mucho, me da claustrofobia.
─ ¡Son cien palos verdes
(forma en que se los denominaba coloquialmente en esa época)! ¡No podes ser tan
i°&%$*+@! ─bramó ya totalmente fuera de sí, con el rostro atomatado,
transpirado y con las venas del cuello hinchadisimas.
Terminé por contarle la
verdad por temor a que se me infarte ahí mismo. Pronto la noticia se difundió
por el estudio, y todo el personal desfiló por mi oficina con alguna excusa
inverosímil, para poder ver con disimulo, o sin disimulo, el apócrifo cheque.
Hasta el día de hoy me
pregunto qué hubiera sucedido si me hubiera suscripto a la Lotería de
California.