No me la
contaron. La viví.
Eran
otras épocas. Imagínense que un equipo de trabajo de auditoria para una visita
interina, como en el presente caso, se componía de un encargado, dos asistentes
semi-senior y un par de asistentes juniors. En esos tiempos, la Ruta
Panamericana solo llegaba como autopista solo hasta unas decenas de Km de
Buenos Aires y por lo tanto, llegar a localidades como Campana (unos 80
kilómetros) era toda una aventura. No
teníamos teléfonos celulares (no existían), ni computadoras personales.
La
cuestión es que teníamos que hacer nuestro trabajo en una fábrica ubicada
en Campana y en condiciones normales, eso
implicaba un viaje de más de dos o tres horas desde el centro de Buenos
Aires. Debido a ello, y dado que la
empresa contaba con un hotel donde nos daban alojamiento, teníamos un régimen
especial: viajábamos los días lunes hasta Campana, nos alojábamos en el hotel y
volvíamos recién los viernes al mediodía a Buenos Aires. Así, nos librábamos del
cansador viaje diario de ida y vuelta y la convivencia afianzaba la relación
entre los miembros del equipo. O tal vez, y como veremos a continuación, no
tanto.
Uno de
los integrantes, que ya era asistente semi-senior (o simplemente “semi”) estaba
un tanto molesto con otro de los miembros que aún no había logrado el ascenso
de categoría, básicamente por algunas actitudes de este último frente a
empleados del cliente.
Este
junior era muy extrovertido, fanfarrón, pícaro, hablador, fabulador y de buena estampa. Condiciones todas para que
este proyecto de Isidoro Cañones se llevara muy bien con todas las chicas de la
administración, a las que no paraba de galantear y hacerlas reír.
Una de las formas elegidas para “caerles bien” a las
damas, era exagerar su propio status en el equipo. Y para eso, no paraba de
hacerle bromas al “semi” frente a las muchachas. Por ejemplo, hacerle un tour
por las oficinas de la empresa presentándolo como un nuevo colaborador que
necesitaba ser guiado y ayudado; preguntarle frente a un par de empleadas si ya
había completado las tareas que él le había solicitado realizase La acumulación de bromas y humillaciones del
junior hacia el semi, se iba incrementando. Pronto llegaría la gota de agua
(muchas gotas juntas, en realidad) que rebasó el vaso de su paciencia. Fue en esa
tarde en la que frente a todo el personal femenino de la administración, les
comentó que tenía que supervisar al semi con mucha frecuencia porque el “pibe”
era nuevo en la función, además de lento para entender y había cosas básicas que aún no sabía hacer
bien. El rostro colorado del semi, las venas y arterias marcadas por reventar,
mientras contenía su ira, lo decía todo.
Suficiente, es suficiente.
Durante
la madrugada, entré sueños escuché un sonido tipo “Splash”, un grito de
sorpresa/espanto de mi compañero y me
pareció ver un fogonazo en medio de la oscuridad. Alguien, o algo, había
entrado a nuestro cuarto. Dormíamos en habitaciones dobles y compartía la mía
con el junior. Yo estaba agotado y tenía mucho sueño, por lo que me di vuelta y seguí
durmiendo. A la mañana siguiente,
cuando bajé de la cama, metí mis pies descalzos en un gran charco de agua, mi compañero
de habitación no estaba en el cuarto, su cama estaba visiblemente empapada, y
un gran balde plástico vacío yacía tirado en el suelo.
Cuando bajé
a desayunar, el conserje me preguntó con suma curiosidad “¿Qué pasó? ¿Hubo algún problema en su habitación?
Digo…porque su compañero apareció empapado a la mitad de la noche para pedirme
que lo ubicase en otra habitación”. “No
tengo la menor idea” le dije, “sólo vi que el muchacho no estaba y que había abundante
agua en la cama y en el suelo”.
Desayunamos
todos juntos, incluyendo al semi y al junior. Se habló de las noticias
deportivas, algo de novedades políticas, algunos temas prioritarios del trabajo
para ese día, una nueva pasajera del hotel que estaba muy buena, y nada más.
Del incidente, ni una sola palabra, ni esa mañana, ni en los años siguientes. ¿Castigo
Divino? ¿Venganza?. Puedo atestiguar que las bromas del junior hacia el semi,
acabaron abruptamente a partir de esa noche. Creo incluso que terminaron como
buenos amigos. Pero, antes de que eso sucediera, circularon por el cliente y en
el estudio, numerosas fotocopias de una foto en blanco y negro tomada con flash
del momento del agitado y abrupto despertar del junior. Todavía no se había
inventado el Facebook.
Contribuyó
gentilmente con la anécdota laboral:
Norberto Benito.
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