Por razones de trabajo, debía tomar un vuelo a Corrientes. Acostumbro, me gusta, intento, llegar
temprano a los aeropuertos. El vuelo salía a horario, pese a que el clima no
era muy prometedor. Embarqué entre los primeros pasajeros. Tenía un asiento de
pasillo. El asiento contiguo al mío ya estaba ocupado. Era una muy atractiva
mujer, de unos cuarenta años, bello rostro y un cuerpo que no se quedaba atrás.
Nos saludamos formalmente y me senté a su lado.
Comenzaron a subir otros pasajeros. Estábamos aproximadamente en la fila
10. Los dos primeros pasajeros la vieron, esbozaron una sonrisa y la saludaron.
Mi compañera de asiento los saludó amablemente. Los siguientes pasajeros que
abordaron, al verla la saludaron tímidamente, como quién saluda a un artista o
deportista conocido. La miré disimuladamente, y no pude reconocerla. La señora
mayor que subió a continuación, la saludó efusivamente, cruzó su cuerpo por
sobre mí y le estampó un beso en la mejilla que mi compañera agradeció.
Obviamente, se trataba de alguien muy conocida. ¡Pero yo no tenía le menor idea
de quién era! La miré de reojo un par de veces y…..nada. Los pasajeros seguían
subiendo, y alrededor de un 80, 82% de los que pasaban, la saludaban
respetuosamente. Estaba muy tenso, era
como viajar con la versión femenina de Messi, y no darse cuenta. La observé con
menos disimulo para tratar de captar algún rasgo que me permitiera inferir de
quién se trataba y……….nada. Jamás había visto a esa mujer en toda mi vida. Todo
el avión sabía perfectamente de quién se trataba la pasajera sentada a ocho
centímetros a mi derecha, menos yo. Hubo otros saludos respetuosos,
cordialmente respondidos por la desconocida conocida.
Una vez que todos los pasajeros se acomodaron, las azafatas hicieron su clásica
coreografía indicando la ubicación de las salidas de emergencia, nos
preparábamos para el despegue, la miré
directamente, como “scanneando” cada detalle de su rostro y tratando de ubicar
algún indicio, algo, aunque fuera ínfimo, para poder decir ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaahh,
era tal o cuál! ¿Cómo no me di cuenta antes? Fue en vano. La encaré
directamente y se lo consulté.
- - Discúlpeme,
pero veo que prácticamente todos los pasajeros del avión la conocen y
saludan. Indudablemente debe ser una
figura pública y yo debiera también saberlo, y me avergüenza y lamento no
conocerla. Si no es indiscreción, podría decirme quién es Usted.
- - No
tiene nada que disculparse. Lo que sucede es que yo fui Miss Corrientes hace
unos años, y conduzco un programa de TV local, por lo que los correntinos por
lo general me conocen. No había forma
que Usted lo supiera.
- - Bueno,
gracias, realmente me quita un peso de encima. Un gusto conocerla.
Despegamos, y los
primeros 15 minutos de vuelo fueron
tranquilos. Repentinamente, el avión entró en un pozo de aire. Miss Corrientes,
al mismo tiempo que lanzaba un grito espeluznante, me pellizcó con ambas manos
en mi brazo, dejándome todos sus dedos marcados.
- - ¡Disculpe,
por favor! Es que me asusté tanto. Le pido perdón.
- - No tiene
por qué hacerlo. Tranquilícese, ve que ya estamos volando sin problemas.
Terminé de decir eso,
cuando el avión volvió a entrar en un pozo. Otro grito y esa vez fueron pellizcones
en mi muslo.
- - ¡Qué
desastre! Esto me tiene muy asustada. Le suplico me perdone. No sé lo que va a
pensar de mí.
- - No
pienso nada. Simplemente cálmese. Son movimientos pasajeros. Es una zona
especialmente turbulenta, y en un ratito la pasaremos.
No fue un ratito. El
avión se siguió moviendo como una coctelera y Miss Corrientes seguía pegando
gritos y pellizcándome sobre la piel ya amoratada de mis brazos y muslos, y yo
tratando, inútilmente, en defensa propia, de calmarla. La tortura continuó
hasta unos minutos antes de aterrizar. Antes de descender, volvió a
disculparse. Nos saludamos y cada uno
partió a su destino.
Tenía la esperanza que,
la misma casualidad que me la puso a la Miss en el asiento contiguo, volviera a
repetirse en el vuelo de vuelta, como para seguir, o iniciar, una conversación
más pacífica. No estaba ella. Los que si
estaban, eran algunos pasajeros correntinos con los que habíamos coincidido en
el viaje de ida. Percibí que varios de ellos me miraban, le decían algo
susurrando a sus acompañantes, y largaban una carcajada, no muy disimulada.
Los moretones se
quedaron por unos meses, pero con el tiempo ya casi, casi, ni se notan.
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