domingo, 13 de septiembre de 2015

DESCONOCIDA CONOCIDA

Por razones de trabajo, debía tomar un vuelo a Corrientes.  Acostumbro, me gusta, intento, llegar temprano a los aeropuertos. El vuelo salía a horario, pese a que el clima no era muy prometedor. Embarqué entre los primeros pasajeros. Tenía un asiento de pasillo. El asiento contiguo al mío ya estaba ocupado. Era una muy atractiva mujer, de unos cuarenta años, bello rostro y un cuerpo que no se quedaba atrás. Nos saludamos formalmente y me senté a su lado.

Comenzaron a subir otros pasajeros. Estábamos aproximadamente en la fila 10. Los dos primeros pasajeros la vieron, esbozaron una sonrisa y la saludaron. Mi compañera de asiento los saludó amablemente. Los siguientes pasajeros que abordaron, al verla la saludaron tímidamente, como quién saluda a un artista o deportista conocido. La miré disimuladamente, y no pude reconocerla. La señora mayor que subió a continuación, la saludó efusivamente, cruzó su cuerpo por sobre mí y le estampó un beso en la mejilla que mi compañera agradeció. Obviamente, se trataba de alguien muy conocida. ¡Pero yo no tenía le menor idea de quién era! La miré de reojo un par de veces y…..nada. Los pasajeros seguían subiendo, y alrededor de un 80, 82% de los que pasaban, la saludaban respetuosamente. Estaba  muy tenso, era como viajar con la versión femenina de Messi, y no darse cuenta. La observé con menos disimulo para tratar de captar algún rasgo que me permitiera inferir de quién se trataba y……….nada. Jamás había visto a esa mujer en toda mi vida. Todo el avión sabía perfectamente de quién se trataba la pasajera sentada a ocho centímetros a mi derecha, menos yo. Hubo otros saludos respetuosos, cordialmente respondidos por la desconocida conocida.

Una vez que todos los pasajeros se acomodaron, las azafatas hicieron su clásica coreografía indicando la ubicación de las salidas de emergencia, nos preparábamos para el despegue,  la miré directamente, como “scanneando” cada detalle de su rostro y tratando de ubicar algún indicio, algo, aunque fuera ínfimo, para poder decir ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaahh, era tal o cuál! ¿Cómo no me di cuenta antes? Fue en vano. La encaré directamente y se lo consulté.

-    - Discúlpeme, pero veo que prácticamente todos los pasajeros del avión la conocen y saludan.  Indudablemente debe ser una figura pública y yo debiera también saberlo, y me avergüenza y lamento no conocerla. Si no es indiscreción, podría decirme quién es Usted.

-        -  No tiene nada que disculparse. Lo que sucede es que yo fui Miss Corrientes hace unos años, y conduzco un programa de TV local, por lo que los correntinos por lo general me conocen.  No había forma que Usted lo supiera.

-         -  Bueno, gracias, realmente me quita un peso de encima. Un gusto conocerla.

Despegamos, y los primeros  15 minutos de vuelo fueron tranquilos. Repentinamente, el avión entró en un pozo de aire. Miss Corrientes, al mismo tiempo que lanzaba un grito espeluznante, me pellizcó con ambas manos en mi brazo, dejándome todos sus dedos marcados.

-         - ¡Disculpe, por favor! Es que me asusté tanto. Le pido perdón.

-    - No tiene por qué hacerlo. Tranquilícese, ve que ya estamos volando sin problemas.

Terminé de decir eso, cuando el avión volvió a entrar en un pozo. Otro grito y esa vez fueron pellizcones en mi muslo.

-       -  ¡Qué desastre! Esto me tiene muy asustada. Le suplico me perdone. No sé lo que va a pensar de mí.

-      -  No pienso nada. Simplemente cálmese. Son movimientos pasajeros. Es una zona especialmente turbulenta, y en un ratito la pasaremos.


No fue un ratito. El avión se siguió moviendo como una coctelera y Miss Corrientes seguía pegando gritos y pellizcándome sobre la piel ya amoratada de mis brazos y muslos, y yo tratando, inútilmente, en defensa propia, de calmarla. La tortura continuó hasta unos minutos antes de aterrizar. Antes de descender, volvió a disculparse.  Nos saludamos y cada uno partió a su destino.

Tenía la esperanza que, la misma casualidad que me la puso a la Miss en el asiento contiguo, volviera a repetirse en el vuelo de vuelta, como para seguir, o iniciar, una conversación más pacífica. No estaba ella.  Los que si estaban, eran algunos pasajeros correntinos con los que habíamos coincidido en el viaje de ida. Percibí que varios de ellos me miraban, le decían algo susurrando a sus acompañantes, y largaban una carcajada, no muy disimulada.

Los moretones se quedaron por unos meses, pero con el tiempo ya casi, casi, ni se notan.






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