Sucedió durante la época en que era muy difícil para las empresas conseguir
hacer pagos en dólares para la importación de sus materias primas esenciales (las
restricciones al giro de moneda extranjera no son novedosas). La empresa, que
era nuestro cliente de auditoría, tendría que cerrar si no las pudiera
importar, ya que no estaría en condiciones de manufacturar sus productos. Para
evitar la interrupción de los negocios, había comprado Bonos Externos de la
República Argentina, que era una de los pocos medios legales para hacer llegar
dólares a un proveedor en el exterior. Los Bonos Externos, emitidos al
portador, de libre entrada y salida del país, tenían un mercado en el que se
podían vender, por ejemplo en Nueva York, y convertirlos de dólares para pagar
las importaciones.
Nuestro cliente había adquirido Bonos Externos por un valor de US$ 15.000.000
(como se decía en su momento, quince “palos verdes”), para asegurarse las
importaciones de los meses subsiguientes. Los Bonos quedaron en custodia en una
voluminosa caja de seguridad de un importante banco.
Como los títulos estaban incluidos contablemente como un activo en los
estados contables de la empresa, y el banco no podía confirmar la cantidad,
valores, o su existencia, ya que estaban dentro de una caja de seguridad a la
que no tenían acceso, decidimos como procedimiento de auditoría, efectuar un
recuento presencial de los Bonos en el banco, que solo nos pudo confirmar que
tal caja se encontraba a nombre del cliente.
El día, y a la hora indicada, nos encontramos en el sector Cajas con el
Gerente de Finanzas y el Gerente Administrativo de la empresa. Abrieron la caja y la trajeron a una pequeña
habitación privada, confidencial y cerrada. Estábamos solos. Nosotros tres, y
los quince millones de dólares.
Nos dividimos el trabajo de contar y anotar los distintos valores. La
concentración y el silencio eran totales. Solo se podía distinguir el sonido de
nuestros dedos haciendo pasar de a una, cada lámina de Bonex (como eran
normalmente conocidos), una lengua humedeciendo al dedo índice, y alguno que
susurraba para sus adentros cuarenta y uno….cuarenta y dos….cuaren…. Uno de los
tres (no diré quién fue), rompió el silencio.
─ ¡Qué trabajito!
─ Si.
─ Si.
─ Aquí, nosotros tres.
─ Si.
─ Si, los tres.
─ Aislados del mundo.
─ Totalmente.
─ No vemos, y nadie nos ve.
─ Son al portador.
─ Así es.
─ Completamente.
─ Y de libre entrada y salida del país.
─ Totalmente libre.
─ Nadie te puede preguntar.
─ Son quince millones de dólares.
─ Cinco para cada uno.
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas).
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas de otro).
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas del tercero).
Continuamos recontando. El arqueo sumó exactamente los US$ 15.000.000. La
cifra contable era correcta y estaba confirmada. La auditoría de los estados
financieros anuales culminó con una opinión favorable sin salvedades. Tiempo
después me ascendieron y no volví a saber nada de los Gerentes de Finanzas y
Administrativo. Lo que pasó en la caja de seguridad, quedó en la caja de
seguridad.
Después de más de 30 años, todavía tengo en mi mente las imágenes de esos
momentos como si fuera una película que veo una y otra vez. Solo me queda por
comentarles que estoy escribiendo la presente anécdota, con vista al mar, desde la cubierta de mi
yate anclado en la marina de la caribeña isla de Saint Martin.
p.d: La última frase era una broma, jamás haría algo así. ¿Jamás haría algo
así?
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