Tiempo atrás, para ser más precisos, en el relato “DURA LEX SED LEX” subido
en el blog el 9 de junio de 2015 (los invito a leerlo), habíamos incluido una
anécdota laboral que tomaba (valga la redundancia) situaciones referidas al
café. No es de extrañar que vayan apareciendo muchas más considerando la muy
cercana relación de los profesionales en ciencias económicas, siempre
trabajando largas horas, en su ardua lucha con los vencimientos, a veces
impuestos por las autoridades o comprometidos con los clientes, tratando de
vencer al sueño y proveer un momento de paz entre tanto stress. Así que, a no
extrañarse que aquí van dos o tres más. Seguramente tienen Ustedes varias más
donde el café sea el protagonista, u otras muchas
anécdotas laborales que quieran compartir. Cuéntenmelas a mi mail daniel_kienigiel@yahoo.com y con gusto las incluiremos en próximas actualizaciones del blog.
1.- Cafeducto
Sucedió en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Los meses de abril y mayo se trabajaban
con exigencias extremas. Vencían además de las auditorias de los estados
financieros anuales, una serie de informes tributarios detallados (Información
tributaria complementaria), con más de una docena de anexos y procedimientos de
auditoria obligatorios. En consecuencia, las horas se hacían interminables y el
cansancio acumulado golpeaba duro. Considerando
esa situación, le solicitamos al socio a cargo que, como atenuante, designe a
la señora que colaboraba durante el día con el orden y la limpieza, para venir
unas horas a la madrugada a acercarnos algún café u otra cosa. Accedió al
razonable pedido y la tuvimos desde esa noche. El asunto es que la señora se
tomó (nuevamente, valga la redundancia) muy en serio su nueva responsabilidad y
comenzó a acercarnos en forma ininterrumpida tazas grandes de café negro. Hacia
toda su ronda, e inmediatamente comenzaba una nueva, llevándose las tazas
vacías, reemplazándolas por una con el cafecito caliente. Una y otra vez. Era
un auténtico cafeducto virtual en el que la boca nunca se secaba. Tomábamos 10
o 15 cafés por noche. Las consecuencias tal vez fueron buenas para el trabajo,
pero creo que no pude dormir más de cinco horas en todos esos dos meses.
Afortunadamente, la fecha de los vencimientos llegó y
todo retornó a la normalidad, sea lo que ello signifique.
2.- Cafeteros “in extremis”
Siempre se ha dicho que ningún extremo es bueno. Estaba trabajando con mi
equipo de auditoría en las cómodas oficinas de una empresa multinacional. Solía entrar un carrito
ofreciendo café, té, galletitas y algún sándwich. En el escaso lapso de una
semana, conocimos el cielo y el infierno. Sabíamos que se había renovado la
concesión de la cafetería de la empresa, por
lo que era de esperar un cambio en el “camarero” del carrito. El primer
día apareció un camarero “cinco estrellas”. Vestido de punta en blanco, peinado
chato a la gomina, recién afeitado, y con manos cuidadas como los de un
pianista. “¿Qué desean los señores?” “¿Me permiten sugerirles una galleta que
combina muy bien con su café?” o “¿Cómo prefiere endulzar su bebida”, salían de
su boca, todo en un tono cordial y de quién se complace en realizar su trabajo.
Duró dos días. Comentaron que se fue a trabajar al restaurante cinco tenedores
de una cadena de hotel. Lo reemplazó su
antítesis. Entró sin golpear, desprolijo de vestimenta y de trato confianzudo.
“¿Che, flaco, que te doy?” o “Piba, aquí
va un café de rechupete” eran parte de su léxico. Duró unas horas, hasta que le
tocó ofrecer sus productos al Gerente General. Poco tiempo después pusieron
máquinas expendedoras en cada piso, y el asunto quedó solucionado.
3.- Cucharitas mágicas
En esa otra auditoría también tenían su propio carrito, servían el café en
vasos de plástico descartables bastante altos. Desde mi escritorio escuchaba
que la gente le pedía su café y dos cucharitas. Y lo escuchaba bastante a
menudo. Muy extraño, ya que las cucharitas eran de madera y muy pequeñas, de
las del tipo paletas que se sirven con los helados. Con una o dos cucharaditas
se iban igual a incinerar los dedos del mismo modo, ya que por su reducido
tamaño no llegaban para revolver el azúcar del fondo de los largos vasos.
Finalmente, resolví el enigma cuando vi a un empleado que enfrentaba las dos
cucharitas por su lado más ancho, y con su abrochadora daba dos golpes precisos, armando así una
sola cucharita del doble de tamaño, y sin mojarse los dedos como quién esto
escribe.
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