Estábamos haciendo una
auditoria operativa en la refinería de una petrolera. Interesante, un trabajo
distinto de las auditorias normales de estados contables. Sin tantos números,
enfocados más a los sistemas de control de los distintos tipos de
transacciones. Esa mañana nos enteramos del “chisme” del día, que corrió como
reguero de pólvora, o debiera decir como reguero de petróleo: la noche anterior
un barco petrolero que estaba esperando su
turno para entrar a puerto, había sido chocado por arriba de la línea de
flotación y a varios metros de las cisternas, por otro barco carguero, que
aparentemente no había dado indicaciones correctas de sus maniobras. Afortunadamente
para todos, si bien fue un choque importante, no hubo heridos que lamentar y no
llegó a explotar ni incendiarse ningún barco. Como situación anecdótica, cierta
o que mereció ser cierta, se contaba que un tripulante del barco petrolero se
había despertado para cumplir con un llamado de la Naturaleza, y mientras estaba sentado en el inodoro, la
proa del otro barco carguero irrumpió de un modo brusco en su camarote. Vaya
sorpresa. Por decoro, no voy a decir lo que se comentaba que había sucedido con
el sorprendido marino.
Supimos que el barco
petrolero había sido remolcado, y que en ese momento estaba estacionado en el muelle
próximo a la refinería, donde tendría que estar un buen tiempo hasta completar
sus reparaciones. Al terminar el trabajo del día y volver a nuestros
domicilios, decidimos (éramos tres auditores en un solo auto) lógicamente
modificar el camino de retorno, y desviarnos brevemente para pasar por el
muelle y observar los daños del choque, asumiendo que la “abolladura” estuviera
del lado del muelle y no del lado del agua. Conducía otro de los compañeros, yo
estaba de copiloto, y el otro auditor atrás. Llegamos al muelle, allí estaba el
imponente barco petrolero que casi había protagonizado otro “Titanic”.
Disminuimos por supuesto la velocidad, para poder observar con comodidad las
huellas del accidente.
Al lado del barco, estaba estacionado en el muelle un
camión cisterna de la empresa petrolera, con su conductor fuera de la cabina.
Seguíamos muy lentamente, en primera velocidad, comentando lo que estábamos viendo
los tres, y seguramente haciendo alguna acotación sobre el suertudo tripulante. Nuestra trayectoria nos llevaba en línea recta
al camión cisterna. El compañero que conducía estaba observando el choque del
barco, dejando completamente de mirar al frente, y avanzando francamente hacia
el camión de combustible. El conductor del cisterna observaba, incrédulo, como
nuestro vehículo, con tres pasajeros que miraban al barco únicamente, a menos
de 20Km/hora se dirigía negligentemente (por decir algo suave) y en línea recta
hacia el camión estacionado.
A unos cinco metros de
distancia del inminente choque, me percaté que ninguno de los tres observaba al
frente, miré hacia adelante y vi al cisterna. Atiné a gritar “¡Cuidado!”, y mi
compañero dio el “volantazo” salvándonos del cuasi desastre al que nos
dirigíamos. Creo que al conductor del camión le dio un infarto o algo así.
Sé que fue una negligencia,
pero admitamos que ustedes, en las mismas circunstancias, también hubieran dado
la vuelta por el muelle para ver el barco, aunque seguramente, con un poco más
de precaución.
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