¡ALTO! Si usted no ha leído la PARTE I de UN
CINCO HABILIDOSO, le sugiero que detenga su lectura y no siga adelante. En
la parte derecha del Blog aparecen las entradas anteriores, fue publicada en diciembre 2016, búsquela, léala y vuelva para aquí una vez
terminado. Aproveche para leer las anécdotas que todavía no leyó.
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Al día siguiente, con el cierre
cerrado y el reporte reportado, se propuso mejorar su puesto de trabajo.
Recuperó el teclado, hizo comprar un mouse, subió el monitor encima de unos
libros rubricados para ganar altura. El primer problema estaba resuelto. Le
quedaba la silla que no cumplía ni uno de los requisitos que el médico le había
recomendado.
Solo contaba con la última de las
pastillas que le habían recetado. Sin la dosis que le hubiera tocado a media
tarde, los dolores reaparecieron. Le aplicaron una inyección que también
hubiera calmado a un dolorido caballo. El médico atacó con más analgésicos,
kinesiología y la firme recomendación de un puesto de trabajo en condiciones
ergonométricas.
Había terminado de entender la
importancia de cambiar su silla. Sabía que no sería fácil. No había ni un peso
destinado a estos activos en el presupuesto y, estando a mitad de año, sería
muy difícil incorporar ésta (para él) importante inversión. Como en todos los
junios, sería la revisión del presupuesto, sabía que esa era su única
oportunidad, por lo menos durante el año.
Su plan comenzó con una
conversación con su jefe con el claro objetivo de sensibilizarlo (tarea difícil).
Nada, ningún gasto que estuviera fuera del presupuesto, era algo aprobable por
el jefe, quién se preguntó “¿Para qué está Abel?”: para generar ahorros, no
para evitarlos. Pero recordó la torpeza del porrazo que se había pegado en el torneo
organizado por la empresa y accedió a analizar la situación. Al día siguiente su
jefe lo llamó y le dijo que, como lo consideraba un “recurso de gran valía”, lo
autorizaba a poner en la revisión del presupuesto cinco mil pesos para cubrir
el gasto para una silla ergonométrica.
Abel estaba feliz, el médico le
había dicho que los analgésicos no los podía tomar por más de diez días o su
aparato digestivo explotaría. Las aprobaciones de la revisión tardarían más,
pero había una posibilidad de victoria. Fue a la planilla, buscó entre el
centenar de conceptos de gastos y digitó en la línea de “equipamiento de
oficina” un cinco como un gasto extra. La inflación había hecho que las
planillas comiencen a hacerse difíciles de leer, así que ahora los números se
expresaban en miles. Un cinco, era cinco mil: sus cinco mil pesos: su silla.
Cuando presionó “Enter” miró al número, a ese simple caracter, y le pidió que
vuelva aprobado, que él lo necesitaba. Terminó el reporte, y su jefe lo aprobó
y lo envió a la subregión para aprobación. Allí viajaba su esperanza, en un
byte. Un número entre miles. Un cinco.
A los dos días tuvo la respuesta
de la subregión. Las revisiones de Argentina, Chile y Uruguay estaban OK, por
lo que se enviaría a la región Latam para su aprobación. Con los gerentes de
Latam, no sería tan fácil. Consultaron por varios costos extras, aunque la silla
no fue objetada. Continuó viaje a la oficina global. Allí lo recibió el gerente
global para su análisis e hizo varias objeciones a distintos costos. Esta vez
ese cinco, el caracter que solucionaría los problemas de espalda de Abel,
volvió en rojo. Abel se preparó para defenderlo.
Explicó los motivos del gasto extra y preparó el reporte que
reenvió a la subregión, que a la vez luego viajó a la región Latam para que
finalice nuevamente en la oficina global. Para suerte de Abel el gerente global en su oficina londinense aceptó
y el cinco pasó a ser azul nuevamente. Llevaba tres batallas ganadas, la última
con suspenso, pero ya estaba adentro. Ahora el
gerente global le enviaba la revisión del presupuesto al Board, donde se
analizaban las revisiones de todas las empresas del grupo. Allí, desde
Manhattan, el jefe supremo evaluaría todos los números de negocio de todas las
empresas del grupo. Abel ya estaba sin analgésicos y los dolores, de a poco, volvían.
El jefe supremo, sentado en su
super sillón (de bastante más de cinco mil pesos), volvió a poner en rojo el
cinco y bajó así por la autopista corporativa: del Board a la oficina global,
de ahí a la región, de Latam a la subregión y de allí a Argentina. Abel estaba
preocupadísimo. Del stress, la tensión en el cuello se acentuó, y con ésto el
dolor. El jefe le dijo que ponga con términos corporativos que el gasto era
importante. Abel siguió con las indicaciones. Presionó “Send”, nuevamente el
futuro de su espalda viajaba en un byte, dentro de un archivo plagado de
números que volvió a atravesar toda la autopista. Llegó nuevamente al último
round frente al Board. El jefe supremo se dio cuenta de la insignificancia de
esa cifra y la volvió a pintar de azul. “¡Lo conseguí!”, gritó el cinco
habilidoso al leer el mail. Llegó a su casa con una alegría desbordante: abrazó
a sus hijos, abrió un vino para la cena, le hizo el amor a su mujer y durmió
como un bebé, sin necesidad de analgésicos.
A la mañana siguiente, envió al
jefe de compras el requerimiento. Trabajó todo el día pensando en la futura
adquisición: con apoya brazos de altura regulable, respaldo con riñonera, apoya
cabeza móvil, regulación neumática de la altura del asiento, todas las ruedas
funcionando, acolchonada. Ese estado de ánimo le duró hasta las cinco de la
tarde, hora en que recibió un mail del jefe de compras: el precio de la silla
ahora era de cinco mil setecientos pesos y la asignación era de solo cinco mil.
Como ya sabía Abel, al superar el diez por ciento del valor lo presupuestado,
la compra quedaba pendiente para una nueva aprobación en el presupuesto del año
próximo.
Este relato ha sido aportado
gentilmente por Gastón Raffo
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