domingo, 24 de mayo de 2015

AQUAMAN

Los inventarios de petróleo crudo y productos refinados en cierta refinería de la Provincia de Buenos Aires eran muy especiales (se inventariaba durante 2 días y sus noches, con turnos de 4 horas de inventario y 4 horas de descanso. Había que subir a los tanques a 10 metros de altura, las técnicas de medición eran específicas, etc.), todo lo que dio lugar a múltiples anécdotas. Recuerdo muy bien la siguiente:

Había estado lloviendo muy copiosamente durante los anteriores 4 o 5 días. Los grandes tanques, por razones de seguridad, estaban rodeados de inmensos fosos vacíos. La idea es que si hay un derrame del combustible, que éste quede apresado en el foso y no se disperse. Debido al diluvio, o a los diluvios, el foso de un tanque que teníamos que medir estaba totalmente anegado, y el acceso para poder subir a la escalera del tanque, estaba completamente inundado. La única posibilidad de llegar al tanque y poder subir a la escalera, era cruzar por encima del foso inundado, haciendo equilibrio sobre un caño de unos 20 centímetros de diámetro.

Estaba acompañando a un empleado de la refinería, especializado en mediciones, ágil, acostumbrado al trabajo rudo, a treparse y saltar entre tanques. El empleado, seguro de que el flacuchento auditor,  criado en la ciudad, temeroso y débil (o sea, yo), iba  a ser incapaz y renunciaría a la aventura de ir “por la cuerda floja” por sobre el foso de agua (creo que no había cocodrilos, lo que lo hubiera hecho más dramático), me ofreció muy gentil (y sobradoramente) que él haría el cruce por sobre el caño, subiría al tanque y desde allí me “cantaría” los datos del contenido.

Pero hay un tema cultural que tenemos los auditores, que podría definirse como “Si el cliente puede hacerlo, el auditor también”. Y como auditor, yo también lo tenía incorporado. Sin dudarlo un segundo, le repliqué – Cruce Usted primero, y yo lo sigo. Creo que el empleado de mediciones se rió para sus adentros, y sarcásticamente dijo – De acuerdo, si usted quiere cruzar, cruce.

El empleado fue cruzando paso a paso por arriba del resbaloso caño, tuvo algún amago de caída, pero llegó sano y salvo a la otra orilla. Allí nuevamente me ofreció subir él al tanque y pasarme los datos del conteo. Ese hombre no sabía que se estaba enfrentando a un auditor. Le grité desde mi orilla que no se haga ningún problema, que ya cruzaba y estaba con él, con la seguridad de un equilibrista del Cirque du Soleil.

Tomé mis papeles de trabajo en la mano y comencé a cruzar el caño tubular. Los primeros pasos fueron muy dubitativos, pero luego adquirí seguridad. Cuando estaba en medio de mi travesía, comenzaron los problemas de equilibrio. Y sucedió lo que tenía que suceder. Perdí el equilibrio y caí (de pie) en el foso. El agua me llegó hasta la cintura y había rescatado los papeles de trabajo sin mojarlos. El empleado de la refinería, aguantando para sus adentros la carcajada, se mostraba preocupado mientras me preguntaba si todo estaba bien. Yo, negándome a reconocer el desastre, y como si nada hubiera pasado, seguí caminando sumergido en el agua, hasta emerger empapado por la otra orilla. Con mi mejor cara tipo “no sé por qué me estás mirando”, simplemente le dije:

-Continuemos.

PARTIDA DOBLE

En ese momento, tenía a cargo la auditoria de una empresa minera en el norte de Argentina. Había que mandar a un asistente a cumplir con determinados procedimientos. Le tocó realizar el trabajo a una muchacha llamada (los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los protagonistas) Valeria Alícuota.

Como el trabajo implicaba especial dedicación, teniendo que permanecer allí por una semana, a mucha altura, fue importante mantener una larga charla con ella, donde además de explicar todo el proceso productivo de la mina, traté de alentarla respecto a lo que significa el trabajo y le di instrucciones muy precisas. Esto fue un viernes, el lunes se iniciaba el trabajo en la mina. Sabía que Valeria no me iba a fallar. Sin embargo….

El jueves siguiente fui a Contaduría por un trámite, y para mi mayúscula sorpresa, la vi a Valeria…… que debía estar a algunos miles de kilómetros de allí. Por si fuera poco, me vio, e hizo como si no me viera. Más, cuando me acerqué decididamente hacia ella, me miró como quien me viera por primera vez. Estaba enfurecido y la increpé duramente:
-¡Valeria, cómo puede ser que seas tan irresponsable! Se supone que desde el lunes deberías estar en Jujuy y resulta que estas aquí, como si nada, y encima yo no sabía nada. ¡No podes actuar de modo semejante! ¡No puedo admitirlo, nunca vi algo semejante! ¡En la mina te esperaban desde el lunes! ¡Esto es muy grave y no va a quedar así! -Valeria me miró inocentemente a la cara y me dijo:
- ¿Usted es el Sr. Kienigiel?
– ¿¿¿Que decís, Valeria???(ya estaba fuera de mi)
– Es que yo no soy Valeria, soy Romina Alícuota, la hermana gemela de Valeria, y vine a pedido de mi hermana a  retirar un certificado. ¿Ella nunca le había contado que tenía una hermana gemela?


No, claramente Valeria nunca me lo había contado. Me disculpé y no olvidaré nunca el papelonazo. Hasta el día de hoy no estoy seguro si Valeria tiene una hermana gemela, o fue la mejor excusa que  pudo encontrar en ese momento. Sigo esperando encontrarlas juntas para asegurarme.