Prometí no volver a hablar nunca más sobre lo sucedido. Pero, ya han
pasado suficientes años desde que ocurrieron los hechos. Creo que ha llegado el
momento de compartirlos. Y no voy a hablar, solo escribiré, de modo de no
romper la promesa. Aquí van los hechos, tal como sucedieron. O casi.
Fue el 30 de diciembre de 1983. Imposible olvidar la fecha. Para esa
época, yo trabajaba en el estudio de auditoria Devengados y Asociados.
Estábamos haciendo el inventario físico de pescado envasado en cajas y estibado
en las inmensas cámaras congeladoras que tenía nuestro cliente, una factoría de
pescado para la exportación. ¿Por qué siempre me tocaban los inventarios más extraños? Petróleo crudo
almacenado en inmensos tanques, dientes artificiales, explosivos
ultrasensibles, tornillos, silos altísimos, productos químicos tóxicos e
inflamables, píldoras medicinales, y
ahora, pescados.
Hacíamos el recuento de las cajas de pescado en la cámara frigorífica, y
simultáneamente comparábamos con las planillas que nos había entregado la
empresa. No era fácil resistir los -20º (¡20 grados bajo cero!) allí adentro,
pero un auditor no es muy humano, es un auditor, y se los aguanta. Y de hecho,
años atrás había vivido con mis padres cerca de la cordillera, y estaba
acostumbrado a esas temperaturas extremas. Veníamos bien con el recuento de los
cajones de trucha, sábalo y brótola, respecto a la planilla de la empresa. Pero
no sucedía lo mismo con el salmón. El recuento mostraba que faltaban cuatro
cajas, respecto a lo que indicaba el kardex del cliente. Las anotaciones dentro
de la cámara las hacíamos con lápiz sobre papel, ya que se podía notar “algo” y
luego estando fuera, las pasábamos a otra planilla más
legible. Las biromes eran inútiles, a esa temperatura la
tinta simplemente se congela.
Ya se había hecho tarde, los muchachos que habían participado del
recuento, una vez terminada su parte, se habían retirado. Lo mismo sucedía con
el personal de la pesquera. Solo quedaba un funcionario, y yo. ¡No me quería
retirar sin tratar de encontrar esas malditas cuatro cajas! El frío era
terrible y, para peor, no las había encontrado. Salí de la cámara frigorífica muy
contrariado. En ese momento noté a pocos metros, una puerta y un cartel pequeño
que no había observado antes. CAMARA -60º
SOLO PERSONAL AUTORIZADO Y CON EQUIPO DE FRIO ESPECIAL. Lo dudé durante
un pequeño momento. ¡Tal vez podría encontrar las cajas faltantes en esa otra
cámara frigorífica, y así me podría ir a casa con el inventario conciliado! Era
solo un momento…
¿Si aguanté bien los -20º, por qué no iba a aguantar los -60º?
Tengo pocos recuerdos de esos momentos. Con bastante esfuerzo abrí la
gruesa puerta que parecía de la bóveda del tesoro del Banco Central. Entré a la
cámara de 60º bajo cero. Jamás había visto un paisaje polar con inmensas
estalactitas y estalagmitas de hielo, igual o peor que en el polo. Pude ver unos cargamentos de cajas ya preparadas
para su exportación, pero no eran de salmón. Tal vez había algo detrás de esas
cajas apiladas. Me fui introduciendo más y más dentro de la cámara. Caminaba
sobre el hielo sumamente resbaladizo. Me fui detrás del cargamento y al fondo
de la cámara. ¡Por ahí podían estar las desgraciadas cajas faltantes! El frío
era insoportable y penetraba todo mi cuerpo. Intenté saltar para tratar de
recuperar algo del calor ya totalmente perdido. Pero me di cuenta que las articulaciones ya no me respondían. Los movimientos
se me hacían casi imposibles, mi cuerpo entero se estaba paralizando. Poco a
poco, todo se iba haciendo más y más lento. Se me nubló la vista. El mundo se
estaba oscureciendo. Todo desapareció para mí ………….………(CONTINUARÁ)
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