sábado, 16 de junio de 2018

EL PELOTAZO


Carlos había esperado toda su vida para ese exacto momento. A sus 11 años, tener la responsabilidad de patear el tiro libre para vencer de una vez al temido 6to A frente a toda la escuela, era la máxima aspiración de un jugador “patadura”, como era considerado por el resto de sus compañeros. Se lo debían. Gracias a su creatividad al escribir el relato para el certamen escolar, su equipo había salido primero, y eso implicaba ser premiados con cuatro recreos extendidos y  galletitas de chocolate para todo el grado. A cambio, solo les pidió a los compañeros que lo dejasen patear un tiro libre en un momento clave del partido, si es que llegaban a la final. Ese era el momento. Su oportunidad de demostrarle a todos, especialmente a su hermosa compañera Pamela, que estaba presenciando el partido, que él podía hacerlo y que no era un jugador mediocre. El silencio era absoluto. Colocó con sus manos la pelota aproximadamente en el lugar donde el defensor de 6toA había cometido la falta. Retrocedió unos cuatro metros para tomar impulso. No era suficiente, retrocedió unos cinco metros más. No volaba una mosca. Si quería patear potentemente, tenía que tomar más carrera, retrocedió unos tres metros más. Todos los ojos estaban fijos en él. No podía fallar, tenía que ser un tiro histórico. Por si acaso, retrocedió otros ocho metros y se dio por satisfecho. Trazó mentalmente una trayectoria entre la pelota y el ángulo superior izquierdo del arco. Imposible atajarla. Era ahora o nunca. Comenzó a correr hacia la pelota, cada metro se aceleraba más y más, llegó hasta el balón hecho una tromba humana, y pateó con todas sus fuerzas.


La pelota salió despedida con un impulso desproporcionado, ante la mirada atónita de propios, rivales y espectadores, se elevó por el aire rozando el travesaño enemigo, siguió elevándose y pasó por arriba de la medianera de la escuela mientras continuaba subiendo. A los pocos segundos se elevaba por arriba de la ciudad de Buenos Aires y se dirigía rumbo a la costa. Los bañistas de Mar del Plata, la divisaron pensando que era una pelota perdida de jugadores playeros. Se dirigió hacia el océano. El viento con olor salado acariciaba el esférico que se mezclaba entre las inmensas bandadas de pájaros que volaban, hasta ese momento, en perfecta formación, generando tremendos desparramos y desorientaciones. Algunos marineros de barcos mercantes que iban entre Europa y Sudamérica, vieron cosas raras en el cielo, pero los capitanes pensaron que se habían emborrachado, los castigaron y les pidieron que se dejaran de hablar estupideces. Tras cruzar el Atlántico, la pelota llegó al África. Los elefantes, jirafas y leones la miraban sin entender de qué se trataba. Siguió volando hacia el este, y pasó por arriba de una planicie, donde vivían dos tribus que estaban en guerra permanente desde hacía generaciones. Estaban en una de sus batallas semanales, cuando observaron en el cielo ese objeto esférico, al que confundieron con un mensaje de un Dios desconocido. Si los Dioses los vinieron a visitar, era seguramente para advertirles que no peleen más. Y no se pelearon más.  La pelota cruzó África, e ingresó a Asia, pasando por los inmensos desiertos de Arabia Saudita y por sobre las cabezas de las caravanas de camellos. Cuando pasó por la Gran Muralla China, los miles de turistas la confundieron con un OVNI, y unos científicos oportunistas escribieron luego un libro titulado “OVNIS sobre las murallas”, con gran éxito editorial. Al sobrevolar Japón, unos samuráis intentaron cortar con sus espadas al objeto volador, pero afortunadamente iba suficientemente alto. Voló causando estupor por todo el océano Pacífico, entró por Chile, los vientos la ayudaron a cruzar la alta Cordillera, e ingresó nuevamente a Argentina, llegó a Buenos Aires y entró a la escuela pasando por arriba del travesaño del arco propio, y por sobre las cabezas de todos los jugadores que no podían creer lo que veían, cruzó toda la cancha y se clavó en el ángulo superior izquierdo, precisamente allí donde había planeado meterla. Golazo.

El Juez pitó el final del partido decretando la victoria de 6to B, su 6to. Fue apoteótico, todos los jugadores lo abrazaron hasta casi asfixiarlo. Se dirigió resuelto hacia Pamela, que le estaba sonriendo al costado de la cancha, ella lo abrazó y le dio un besote en cada mejilla. Era feliz y……………

—¡Y, boludo!, ¿Estás dormido? ¿En qué estás pensando? ¡Patea de una buena vez el tiro libre! ¡Dale! ¡Dale!