martes, 23 de junio de 2015

EL PASADO DEL FUTURO – CAPITULO II


 ¡ALTO! Si usted no ha leído el CAPITULO I de  EL PASADO DEL FUTURO, le sugiero que detenga su lectura y no siga adelante. En la parte derecha del Blog aparecen las entradas anteriores, busque el CAPITULO I, léalo y vuelva para aquí una vez terminado. Aproveche para leer las anécdotas que todavía no leyó.
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Muy bien. Si usted está leyendo esto, es que ya leyó previamente el CAPITULO I, y si no lo hizo, es su problema. Aquí vamos. Pasaron algunos años, pero lo recuerdo como si fuera hoy…………………….


………………………………………………..Desperté muy mareado, con hambre, con mucho cansancio y dolor en todos los huesos Veía todo nublado y me costaba mucho enfocar mi vista. Estaba en una cama y sentía que tenía mi cuerpo enchufado a varios monitores y aparatos para mi desconocidos, que vaya a saber lo que me estaban controlando. Poco a poco pude ver que estaba rodeado de gente extraña, con guardapolvos, serios, que se miraban entre ellos y me observaban con rostros de quién viera un resucitado.

- ¡Bienvenido al mundo de los vivos! -Me saludó el que parecía ser uno de los jefes.
-¿Puede entenderme? ¿Cómo se siente? ¿Recuerda algo? ¿Sabe lo que le sucedió? ¿Tiene idea de qué día es hoy?

- ¿Qué pasa? ¿Por qué tantas preguntas? ¿Cuando me fui de aquí? ¿Por qué me pregunta sobre el día de hoy? ¿Estuve dormido más de un día? ¿Por qué me miran así? ¿Qué pasa?

- No se ponga muy nervioso Daniel, pero hoy es 30 de diciembre de 2012. Escuchó bien, 2012.

No sabía si desmayarme, alegrarme o qué. Simplemente, me quedé mudo. Quería saber lo que tenían para decirme de mi mismo. Los médicos me contaron emocionados que, aparentemente, mientras me encontraba realizando un inventario de pescado en una factoría para exportación, me había quedado congelado dentro de la cámara de 60º bajo cero, hacía ya casi 30 años. Poco a poco mi cuerpo se fue incorporando al hielo eterno que hay en el fondo de la cámara, lugar que por lo general nunca la usaban para estibar productos, nadie me detectó durante todos esos años, hasta que a principios de éste diciembre habían decidido hacerle un mantenimiento general a la cámara, por lo que comenzaron un proceso de descongelamiento. Y allí fue que aparecí, alguien me encontró formando parte de un bloque de hielo desde 1983. Hubo un gran revuelo y muchas discusiones sobre cómo convenía revivirme. 

Decidieron primero enviarme a una cámara de menos veinte grados, unos días después me trajeron al hospital donde me mantuvieron unas dos semanas en la heladera gigante de la cocina, donde guardaban las media reses, y luego me sumergieron en una bañadera en la que lentamente le fueron calentando el agua, hasta llegar a una temperatura normalizada. Finalmente, me pasaron a una habitación, y allí me tenían en observación permanente, sin demasiadas esperanzas de que despertara. Era milagroso, pero lo había logrado.


Ahí mismo, los médicos y enfermeras que me atendían, hicieron una especie de “pacto de silencio” para no filtrar esta noticia a la prensa, así podía tener una vida “normal”, si es que después de dormir 30 años podría seguir mi vida como si nada hubiera pasado. Demasiada información junta como para poder procesarla, una verdadera locura, pero allí estaba, vivito y coleando.

Luego de estar viendo exclusivamente a un desfile de médicos que no paraban de hacerme preguntas y pruebas, entró por primera vez alguien “de civil”. De estatura normal, anteojos, levemente canoso y con emoción en su voz, se presentó.

-Hola, Daniel. Soy Lionel Devengado, te doy la bienvenida y te invito a reincorporarte a Devengados y Asociados. ¡Estamos felices de tenerte de vuelta!

-Cuando quedé congelado, el jefe era el viejo, perdón, digo Don Diego Devengado.

-Soy su hijo, y ahora estoy yo a cargo. Y si queres trabajar con nosotros, sería un gusto reincorporarte a tu mismo puesto.

-¿Me pagarán todos los sueldos que no cobré durante estos 30 años?

-Tal vez debieras buscarte otro trabajo.

-Ok, Ok, era solo una broma

- Bien, los médicos dicen que en alrededor de un mes, luego de tu rehabilitación, te estarán dando el alta. Así que, dentro de cuatro semanas te esperamos en nuestras  oficinas de Puerto Madero, que ahora también son tus oficinas.

- ¿Puerto Madero? ¿Se mudó la oficina a una zona de basurales y galpones abandonados?

- Ha cambiado un poco la zona desde que te congelaste. Ya lo verás. Nos vemos, Daniel. Y venite con ganas de trabajar, que hace como 30 años que no haces nada

- Ok, Lionel. Nos vemos dentro de un mes.


………….………(CONTINUARÁ)

miércoles, 17 de junio de 2015

ATRAPADO SIN SALIDA


Las oficinas de nuestro estudio estaban siendo completamente remodeladas por lo que, temporariamente, nos mudaron a un antiguo edificio de diez pisos.
Un viernes por la noche, me quedé trabajando solo hasta muy tarde. Necesitaba avanzar con  varias asignaciones, y quería irme al fin de semana con la mayor parte de las tareas cumplidas. Concluí cerca de la medianoche. Apagué todas las luces, y cerré la oficina. El retumbar de mis pasos era el  único e inquietante sonido audible en todo el piso en penumbras. Me dirigí en la oscuridad hacia el ascensor. Era de un modelo muy antiguo, con puertas externas, internas y laterales enrejadas, donde uno puede desde adentro, ver lo que pasa en cada piso, a medida que sube o baja, y viceversa. No son los que dan mucha confianza, pero estaba en el piso 8vo, y la mejor y lógica opción, era hacerlo en ascensor.

Apreté el botón de planta baja, deseoso ya de irme a casa y salir del edificio desierto,  y por cierto, un poco tenebroso a esa hora y en esas circunstancias. El ascensor fue descendiendo, dejando ver (es una forma de decir), que todos los pisos estaban ya desalojados y en plena oscuridad. Era el único habitante que quedaba. Llegué a planta baja, y para mi sorpresa, el ascensor tocó el piso, y “rebotó”, volviendo a subir hasta el piso 10mo, donde tocó el tope y volvió a “rebotar” descendiendo hacia la planta baja, donde una vez más siguió el ciclo de rebotes. Comencé a tocar los botones de todos los pisos, con la esperanza de que se detuviera en alguno, pero el ascensor seguía su recorrido planeado de llegar hasta el piso 10, y rebotar, llegar a la planta baja y rebotar. El elevador parecía estar endemoniado, o algo así, pero lo que estaba claro era que seguiría con su recorrido de ida y vuelta en forma indefinida.

Me puse a gritar pidiendo auxilio pero, no había en el edificio alguien que pudiera escuchar mis gritos. Seguía viajando de planta baja al 10mo y del 10mo a planta baja. Ahí me di cuenta de que era viernes a la noche, y que probablemente me iba a quedar atrapado, subiendo y bajando infinitamente esos 10 pisos, hasta el lunes a la mañana cuando la gente vuelva al trabajo y puedan ayudarme. Sin comida ni bebida. Ni baño. ¡Tenía que aguantar 60 horas más de éste sube y baja! En un edificio totalmente a oscuras, y yo solito ahí dentro, secuestrado por el ascensor. Aquí no había guardia, ni ningún otro ser humano que me rescate.  Aclaro que en esos tiempos, no se disponía aún de celulares al alcance de todos, con lo cual amigo lector, esa no era una opción.

A la inquietud, le siguió el pánico y luego el terror. Estaba muy nervioso y muy asustado. Sentía que algo desconocido y vivo que habitaba algún rincón oscuro del edificio me había atrapado y no me quería largar.
Luego de varios minutos de rebotar, y de tratar en cada piso de abrir forzadamente la puerta, logré que la misma se abriera un poquito entre dos pisos, lo que hizo que se detuviera. Hice fuerza hasta que pude abrir la puerta de reja lo suficiente  para poder salir. Preferí tomar el riesgo de que el ascensor volviera a funcionar mientras yo bajaba entre dos pisos, y me “guillotinara” al medio, antes de la perspectiva de volver a quedarme atrapado y rebotando hasta el lunes.
Bajé en la oscuridad, y todavía agitado, por no decir temblando, esta vez por las escaleras hasta la planta baja. Afortunadamente, contaba con la llave de la puerta de calle.

Afuera, la noche estrellada me pareció más hermosa que nunca

martes, 9 de junio de 2015

DURA LEX SED LEX

                                                        
En esa época, me desempeñaba como auditor de una importante empresa industrial. Habíamos tomado conocimiento sobre la existencia de un nuevo juicio por cifras significativas, en el que estaba involucrado el cliente. Era clave tener mayor información, y solicité por los canales correspondientes una cita con el gerente de Legales. Se trataba de un personaje intocable dentro del organigrama informal, un “duro”, serio, formal, al que uno sabe que tiene que guardar respeto y distancia.
Llegué puntual a la cita, el abogado estaba volviendo de algún otro menester, y al verme esperándolo en la puerta, me hizo una seña para que pasara. En la entrada a su oficina había una pequeña elevación, una especie de escalón, de no más de dos centímetros, que fueron suficientes para que me engancharan la punta de mi zapato, y yo tropezara torpe y espectacularmente, en una “entrada triunfal”, casi cayendo en forma de X sobre el piso. Por la seriedad del momento, ninguno de los dos insinuó siquiera una sonrisa.
Al ingresar, el abogado, que estaba detrás de mí, me dijo “Tome asiento, por favor”. Para mi pánico, observé que su oficina de estilo minimalista solo presentaba  un escritorio grande, en el que no había libros, escritos, portalápices, computadoras o alguna otra cosa que indicara de qué lado se sentaba el dueño de la oficina, y de qué lado su visitante. El escritorio estaba ubicado en el centro, y para colmo, tenía colocado un sillón idéntico de cada lado. No tenía más que 3 o 4 segundos para tomar la decisión correcta. Las posibilidades eran 50/50. Tomé mi decisión y me senté en el sillón que me pareció que podía ser el del visitante, y……………….…………escuché a mis espaldas al letrado que me indicaba con voz firme “El otro sillón por favor”
Una vez aclarada la confusión de los sillones, estábamos en plena conversación sobre el comprometido tema judicial en el que se encontraba la empresa. Su secretaria, muy servicial, me alcanzó una taza de humeante café, acompañado de un sobrecito de azúcar, para que me lo sirviera a mi gusto. Mientras continuábamos la conversación, y sin quitar por un instante mi mirada del rostro del abogado, tomé el sobre. Con un adecuado movimiento de mis dedos le corté la punta, y mientras seguíamos hablando sobre el complicado tema judicial, vertí el sobre………..sobre todo el escritorio.  Una catarata de azúcar se esparció sobre el vidrio del mueble. El abogado solo atinó a bajar una reprochadora mirada sobre su nevado escritorio durante un breve e interminable segundo. Había que mantener la calma en el desastre. Mientras continuaba nuestra conversación, y como si fuera lo más normal del mundo, con mi mano derecha fui juntando los infinitos granos de azúcar y empujándolos hacia el extremo de la mesa, donde los recogí con la
mano izquierda y vertí, disimuladamente, dentro de la taza. Revolví el café con la cucharita prevista a tal fin, probablemente con demasiado entusiasmo. Exageré, y el torbellino arremolinado que generé, rebalsó los bordes de la taza, inundando por completo el platito. Hubo una nueva bajada de ojos del letrado hacia la taza que flotaba dentro del platito lleno de café mientras la conversación continuaba, amena.


Levanté la taza para tomar los restos de infusión que habían sobrevivido, y dejé un reguero de gotas marrones sobre el vidrio de su antes inmaculado escritorio, las que limpié disimuladamente arrastrando sobre el vidrio a la otrora resplandeciente manga de mi camisa blanca. La conversación continuó hasta su agotamiento (el del abogado).

El gerente de Legales cumplió con la antigüedad requerida y se jubiló unos meses después. Luego del pequeño incidente, me fueron asignados otros clientes (no por culpa del incidente) y no volví más a esa empresa. Supe que el juicio llegó a la Corte Suprema de Justicia, y ahí continúa.

martes, 2 de junio de 2015

EL PASADO DEL FUTURO - CAPITULO I

Prometí no volver a hablar nunca más sobre lo sucedido. Pero, ya han pasado suficientes años desde que ocurrieron los hechos. Creo que ha llegado el momento de compartirlos. Y no voy a hablar, solo escribiré, de modo de no romper la promesa. Aquí van los hechos, tal como sucedieron. O casi.


Fue el 30 de diciembre de 1983. Imposible olvidar la fecha. Para esa época, yo trabajaba en el estudio de auditoria Devengados y Asociados. Estábamos haciendo el inventario físico de pescado envasado en cajas y estibado en las inmensas cámaras congeladoras que tenía nuestro cliente, una factoría de pescado para la exportación. ¿Por qué siempre me tocaban  los inventarios más extraños? Petróleo crudo almacenado en inmensos tanques, dientes artificiales, explosivos ultrasensibles, tornillos, silos altísimos, productos químicos tóxicos e inflamables, píldoras medicinales,  y ahora, pescados.

Hacíamos el recuento de las cajas de pescado en la cámara frigorífica, y simultáneamente comparábamos con las planillas que nos había entregado la empresa. No era fácil resistir los -20º (¡20 grados bajo cero!) allí adentro, pero un auditor no es muy humano, es un auditor, y se los aguanta. Y de hecho, años atrás había vivido con mis padres cerca de la cordillera, y estaba acostumbrado a esas temperaturas extremas. Veníamos bien con el recuento de los cajones de trucha, sábalo y brótola, respecto a la planilla de la empresa. Pero no sucedía lo mismo con el salmón. El recuento mostraba que faltaban cuatro cajas, respecto a lo que indicaba el kardex del cliente. Las anotaciones dentro de la cámara las hacíamos con lápiz sobre papel, ya que se podía notar “algo” y luego estando fuera, las pasábamos a otra planilla más
legible. Las  biromes eran inútiles, a esa temperatura la tinta simplemente se congela.

Ya se había hecho tarde, los muchachos que habían participado del recuento, una vez terminada su parte, se habían retirado. Lo mismo sucedía con el personal de la pesquera. Solo quedaba un funcionario, y yo. ¡No me quería retirar sin tratar de encontrar esas malditas cuatro cajas! El frío era terrible y, para peor, no las había encontrado. Salí de la cámara frigorífica muy contrariado. En ese momento noté a pocos metros, una puerta y un cartel pequeño que no había observado antes. CAMARA -60º  SOLO PERSONAL AUTORIZADO Y CON EQUIPO DE FRIO ESPECIAL. Lo dudé durante un pequeño momento. ¡Tal vez podría encontrar las cajas faltantes en esa otra cámara frigorífica, y así me podría ir a casa con el inventario conciliado! Era solo un momento…
¿Si aguanté bien los -20º, por qué no iba a aguantar los -60º?


Tengo pocos recuerdos de esos momentos. Con bastante esfuerzo abrí la gruesa puerta que parecía de la bóveda del tesoro del Banco Central. Entré a la cámara de 60º bajo cero. Jamás había visto un paisaje polar con inmensas estalactitas y estalagmitas de hielo, igual o peor que en el polo.  Pude ver unos cargamentos de cajas ya preparadas para su exportación, pero no eran de salmón. Tal vez había algo detrás de esas cajas apiladas. Me fui introduciendo más y más dentro de la cámara. Caminaba sobre el hielo sumamente resbaladizo. Me fui detrás del cargamento y al fondo de la cámara. ¡Por ahí podían estar las desgraciadas cajas faltantes! El frío era insoportable y penetraba todo mi cuerpo. Intenté saltar para tratar de recuperar algo del calor ya totalmente perdido. Pero me di cuenta que  las articulaciones ya no me respondían. Los movimientos se me hacían casi imposibles, mi cuerpo entero se estaba paralizando. Poco a poco, todo se iba haciendo más y más lento. Se me nubló la vista. El mundo se estaba oscureciendo. Todo desapareció para mí ………….………(CONTINUARÁ)