miércoles, 27 de enero de 2016

DUELE QUE TE DUELE


Fueron unos días de trabajo intenso, abocados a una auditoría especial para la que había tenido que viajar a Lisboa como revisor de la asignación. Éramos solo el encargado de trabajo y yo para hacer todo el trabajo, una auditoría compleja, la necesidad de llegar rápidamente a conclusiones, horario extendido, el idioma, etc, todos factores que fueron creando un clima de bastante stress.

Esa mañana había sido el punto cumbre de la visita, la “closing meeting”, la reunión donde presentamos a la alta gerencia del cliente, las observaciones que habían surgido durante la auditoría, y que serían en definitiva las que determinen la calificación final.

Todo eso ya había terminado y nos fuimos los dos para el hotel, a preparar el equipaje, y con suerte a caminar un poco por allí, ya relajados luego del trabajo demandante. Nada malo podía ya suceder. Me equivoqué.

Comencé a sentirme mal. Un dolor que se inició como algo leve en el estómago y en la espalda baja, fue creciendo en volumen e intensidad en forma ininterrumpida. Transpiraba como en un sauna. El tormento me estaba partiendo en dos, o en cuatro.
  

Ya había tenido en otras oportunidades un cólico renal, y la forma en que el dolor me estaba destrozando, era un claro indicio de que iba en proceso de otro cólico. Si me estuvieran perforando con esos taladros que usan para romper el asfalto, me hubiera sentido mejor. El suplicio era tan insoportable que terminé cayéndome al piso.

Todo fue muy rápido.. mi compañero pensó que me estaba infartando...Yo trataba de no gritar... pero sentía que me desmayaba por el dolor. Se desesperó y llamó al Controller del cliente con quién nos habíamos reunido horas atrás. Entre la desesperación, los nervios, los gritos y el idioma, trató de indicar que teníamos una emergencia en el hotel, y necesitábamos asistencia. Intentó calmarme indicando que seguro ya vendría la ayuda. Yo seguía tendido en el piso, ahora sin poder disimular los gritos. Después de varios minutos, para mí una eternidad, sonaron fuertes golpes en nuestra puerta. Mi compañero Maxi, con alivio me dice "ahí llegaron". Todavía me quedaban algunas esperanzas de sobrevivir. Abrió la puerta y entró.

Entró. Era un bombero, con su clásico casco de ala ancha hacia atrás, su piloto grande  y botas. Un bombero, vestido de bombero. No podía decidir si morirme de una buena vez, o reír. Maxi, el bombero y yo, quedamos enmudecidos, paralizados en ese momento único, el mundo se detuvo por un instante y nos miramos mutuamente sin estar demasiado seguros sobre cuál debiera ser el próximo paso. Por mis gestos y gritos, el bombero entendió rápidamente que, en las circunstancias, un médico podría hacer un mejor trabajo. Nunca supe cómo se llegó a eso, si fue un problema de comprensión del mensaje, el idioma, los usos y costumbres, o lo que fuera. Lo único que se estaba incendiando era mi cuerpo por dentro.

Una ambulancia finalmente me rescató. Estuve internado unas horas y en reposo unos días. La piedrita bautizada como “the rock” fue expulsada y el asunto quedó en el recuerdo. He vuelto años después a este mismo cliente, y me recibieron como a una especie de Terminator que estaba de vuelta.

I am back. 
                                                                                   

Contribuyó gentilmente con la anécdota laboral: Miguel Timoteo