lunes, 21 de diciembre de 2015

SECRETS Parte II


La venganza es el más sabroso manjar condimentado en el infierno.
                                                                                               Walter Scott

Sugiero que no siga adelante con la presente lectura, si es que no ha leído antes SECRETS Parte I. Lo encontrará en el blog, en una de los íconos a la derecha, y puede aprovechar para leer algunos otros relatos que tenga pendientes de ser leídos.

Hecha la advertencia, podemos continuar.

Como recordarán, fui  asignado para realizar la auditoría de una empresa farmacéutica multinacional,  donde todo el personal estaba contagiado del síndrome de la confidencialidad. Todo documento, propio, generado en la empresa  o emitido por terceros, era por definición, confidencial, secreto, y  por lo tanto, inaccesible para nosotros como auditores. 

Habíamos tenido varios episodios frustrantes (detallados en la Parte I), como exigirnos destruir unas fotocopias de documentación que nos habían entregado ellos mismos, o tenido que mantener una conversación con el gerente contable mientras éste se hallaba literalmente recostado sobre su escritorio para evitar que yo pudiera leer sus papeles secretos.

Días después, y antes de que la auditoría culmine,  apareció inesperadamente la posibilidad de la venganza…….


Nos llegó una comunicación de nuestras oficinas de Nueva York, a cargo de la auditoria consolidada del laboratorio, en la que nos instruyeron efectuar la revisión de dos Anexos adicionales a sus reportes contables y financieros (nominémoslos como Anexos 14 y 15, aunque no recuerdo la denominación real)  preparados y emitidos por la farmacéutica local con informaciones sobre los inventarios, volúmenes, precios unitarios y no sé qué más. Esa era mi gran oportunidad. Y no la desperdicié.

Fui a verlo al Gerente de Administración y Finanzas, tratando de ocultar una sonrisa maliciosa que espontáneamente me surgía.

─ Arnulfo (los nombres han sido cambiados para proteger las identidades de los involucrados), necesito que me entregue  los Anexos 14 y 15 que ustedes prepararon, junto con los papeles de trabajo para armarlos y la documentación de donde surgen las cifras.

─ Imposible. Es información confidencial.

─ ¿Totalmente confidencial? ¿No podemos verla?

─ Lo siento. No hay modo. Son datos clasificados, secretos industriales.

─ ¿Ni siquiera nosotros, en nuestro carácter de auditores independientes?

─ Ni siquiera mi madre, aunque me lo suplicara. 


─ De acuerdo. Entonces se habrán equivocado.

─ ¿Quiénes?

─ Nuestra gente de la oficina central de Nueva York.

─ ¿Ellos lo pidieron?

─ Si. Pero obviamente se equivocaron. Voy a enviar ya un fax diciendo que la información que nos pidieron no está a nuestro alcance, es confidencial, por lo que nos abstendremos de opinar.

─ Esperá, déjame consultar.

─ No veo ninguna necesidad de consultar. Si usted me dice que es confidencial, es confidencial. No hay porqué preguntar.

─ No te precipites a enviar el fax. Dejame que consulto a Casa Matriz.

─ ¿Pero, para qué? Su palabra es suficiente. Les mando ya el fax, la gente de nuestro estudio claramente se equivocó al pensar que nosotros estábamos habilitados para ver eso. No nos genera ningún problema. Les escribimos, les avisamos que es confidencial, que no vamos a emitir ninguna opinión, y terminado el asunto.

─ Te ruego que esperes a que yo me comunique antes y te avise si lo pueden ver o no.

─ Como quiera, pero no me parece que tengamos que presionar en un tema tan simple.

Volví a la oficina que me tenían asignada, sabiendo que en los siguientes minutos Arnulfo aparecería agitado por mi escritorio. Antes de que transcurrieran 10 minutos, Arnulfo apareció agitado por mi escritorio.

─ ¿Todavía no mandaste el fax, verdad?

─ No. Pero ya estoy terminando de escribirlo.

─ No lo envíes. Ya hablé con Casa Matriz.

─ Y….

─ No hay problema en que vean los anexos. Se los vamos a pasar junto con toda la documentación respaldatoria.

─ Qué extraño. Siendo que era información confidencial. Menos mal que consultó, porque yo ya lo estaba enviando.

─ Te reitero que pueden ver todo este asunto de los anexos sin restricción alguna.

─ De acuerdo. Ya voy a buscar todo.

Esta vez, no pude disimular mi muy malévola sonrisa que se dibujaba de oreja a oreja.

La venganza será terrible.

               Alejandro  Dolina

martes, 8 de diciembre de 2015

SECRETS Parte I


Fui asignado para realizar la auditoría de esa empresa farmacéutica multinacional,  sin saber en lo que me estaba metiendo. Sucedía que el personal completo de la compañía, había sido contagiado del síndrome de la confidencialidad. Todo documento, propio, generado en la empresa  o emitido por terceros, era por definición, confidencial.  Secreto, y  por lo tanto, inaccesible para nosotros como auditores. Este tema, profundamente inculcado en la cultura empresarial, abarcaba desde la formulación de un medicamento en etapa de patentamiento, a un comprobante de gastos de taxi incluido en la rendición de un fondo fijo.  Los auditores necesitan visualizar, comprobar, tocar, documentación  de soporte. No alcanza con lo que los gerentes le cuentan lo que supuestamente hacen bien,  sino que deben confirmarlo en los hechos, en los documentos. Si no lo veo, no lo creo.

Entrar a una oficina de un empleado/supervisor/jefe/gerente, o acercarnos a su escritorio, equivalía automáticamente al detectar nuestra presencia, que los papeles que tenían sobre sus escritorios tracen una danza violenta por el aire para ser dados vuelta y así evitar que nuestras inquisidoras miradas tengan chances de poder leer lo prohibido.

Nos sentíamos felices cuando un empleado o jefe nos permitía visualizar algún comprobante o documento delante de ellos, como para tomar nota y tener algún respaldo.

Recuerdo una ocasión donde un gerente me había entregado unas fotocopias de planillas que había preparado para valorizar los inventarios de productos terminados y productos en proceso, que yo estaba revisando. A los pocos minutos, o segundos, el individuo llega agitado al escritorio que yo ocupaba, indicándome casi desesperado, que se había equivocado, y por error me había entregado documentación, que obviamente era confidencial, por lo que no podía mantenerla en mi poder. Necesitaba que fuera destruida de inmediato, ya que con la información podría inferirse la fórmula de ciertos medicamentos. Me pidió que yo la destruyera. Me negué y le pedí que la destruyera él mismo, ya que en caso contrario jamás estaría seguro de lo que yo podría haber hecho con esa documentación y la duda lo acompañaría hasta el último día de su vida. Obviamente, aceptó mi argumento, destruyó delante de mí la fotocopia  y, por si acaso, se llevó los pedacitos para asegurarse que no los tomara yo del cesto y reconstruyera el sensitivo documento.

En otra ridícula situación, entré sin golpear a la oficina del gerente contable, uno de los adalides de la confidencialidad. Yo ya estaba dentro de la oficina, y él no tenía tiempo de dar vuelta todos los muchos papeles que tenía sobre el escritorio. La mejor forma de mantener sus principios e impedirme leer una sola palabra, luego de invitarme a sentarme frente a él, fue la de mantener conmigo una conversación de veinte minutos  sobre temas contables de la empresa, mientras él se encontraba literalmente acostado sobre los papeles, como si hubiese súbitamente sido fulminado por un rayo,  con sus brazos extendidos y los dedos abiertos, a riesgo de desgarrarse,  haciendo el esfuerzo de cubrir la mayor superficie posible y evitarme la lectura de sus papeles secretos.



Todo esto era por supuesto muy frustrante. Sin embargo,  pronto, llegaría la oportunidad de vengarme. Pero eso, eso es otra historia.