viernes, 16 de junio de 2017

AUDITORES AL LÍMITE


Sucedió durante un inolvidable 31 de Diciembre de hace algunos (muchos) años atrás. Me desempeñaba como nuevo asistente de auditoria, estaba feliz y tenía todo el entusiasmo juvenil de ser parte de un gran estudio de auditoría colaborando en la revisión de asientos contables, activos fijos, conciliaciones bancarias, y todo lo que fuera necesario para finalizar la auditoria de forma exitosa.

Como suele suceder en todos los trabajos de auditoría (o en casi todos los trabajos), las horas estimadas para la realización de las tareas eran muy ajustadas y se debía “exprimir” al máximo todo el tiempo disponible sin desperdiciar ningún minuto y aprovechar toda ocasión para solicitar a los contadores del cliente la información y documentación que se requiere en la auditoría.

Este cliente era una de las flamantes empresas públicas recientemente privatizadas, por lo cuál, mucha de su cultura de empresa pública seguía manteniéndose. Pese a que muchas veces nos resultaba dificultoso, en general conseguíamos obtener la información que necesitábamos.

El día 31 de Diciembre siempre ha sido un día laboral normal en Bolivia. Todos nos encontrábamos apurados tratando de completar nuestro trabajo y al ver el reloj que señalaba las 2 de la tarde sabíamos que solo nos quedaban algunas horas de trabajo antes de salir de la oficina, y que el día siguiente sería feriado. Teníamos que aprovechar al máximo las tres horas adicionales para revisar los rubros que teníamos a cargo, revisar documentación, referenciar papeles de trabajo, y obtener documentación y/o explicaciones de los funcionarios del cliente que nos permitieran seguir avanzando con la auditoria.

Nuestro equipo compuesto por tres asistentes de auditoría incluyéndome a mí y a un auditor senior, estábamos en plena tarea cuando uno de los asistentes decidió ir a preguntar a Contabilidad al piso de arriba una duda acerca de unos asientos contables, una pregunta sencilla. Pasados unos buenos 20 minutos no sabíamos que pasaba con el asistente que no volvía a continuar su tarea en esos momentos tan exigidos, por lo que el auditor senior mandó a un segundo asistente al piso superior para que viera qué pasaba con el asistente. Transcurrieron otros 15 minutos y el segundo asistente tampoco regresaba, parecía que se estaban enfrentando a algún problema, por lo que era prudente que él mismo fuera en ayuda de los no muy experimentados asistentes, antes que la cosa pasara a mayores. Subió a rescatarlos, dejándome solo y ansioso por que volvieran todos prontito.

Los minutos se sucedieron y  20 minutos después estaba realmente alarmado. No regresaba ninguno de los tres. Claramente había una crisis, o había surgido algo grave que afectaba a los estados financieros. Eso no era bueno. Yo era parte del equipo, y si había problemas, eran también problemas míos. Subí a Contaduría en su ayuda.

Cuando subí al departamento contable me percaté que la situación no era tan grave. Mis tres compañeros estaban allí, claramente sanos y salvos. Serpentinas de colores rodeaban sus cuellos y se continuaban por el frente enrulándose con sus formales corbatas, tenían colocados sombreritos de cotillón y lentes brillantes de estilo Elton John y un vaso de champaña en la mano brindando y departiendo con la gente del departamento contable. Era costumbre en la empresa que a partir de las dos de la tarde todos paraban de trabajar y se ponían a festejar el nuevo año. Sucedió que, a medida que uno a uno fueron subiendo a Contabilidad, fueron retenidos y “obligados” a festejar con los funcionarios del departamento contable. De la misma forma fui yo también “obligado” a seguir la tradición. Al final de cuentas, las conciliaciones bancarias podían esperar hasta el año siguiente


Este relato ha sido aportado gentilmente por Nelson Nava