miércoles, 13 de julio de 2016

¡CAFÉ….CAFÉ!


Tiempo atrás, para ser más precisos, en el relato “DURA LEX SED LEX” subido en el blog el 9 de junio de 2015 (los invito a leerlo), habíamos incluido una anécdota laboral que tomaba (valga la redundancia) situaciones referidas al café. No es de extrañar que vayan apareciendo muchas más considerando la muy cercana relación de los profesionales en ciencias económicas, siempre trabajando largas horas, en su ardua lucha con los vencimientos, a veces impuestos por las autoridades o comprometidos con los clientes, tratando de vencer al sueño y proveer un momento de paz entre tanto stress. Así que, a no extrañarse que aquí van dos o tres más. Seguramente tienen Ustedes varias más donde el café sea el protagonista, u otras muchas

anécdotas laborales que quieran compartir. Cuéntenmelas a mi mail daniel_kienigiel@yahoo.com y con gusto las incluiremos en próximas actualizaciones del blog.

1.- Cafeducto

Sucedió en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Los meses de abril y mayo se trabajaban con exigencias extremas. Vencían además de las auditorias de los estados financieros anuales, una serie de informes tributarios detallados (Información tributaria complementaria), con más de una docena de anexos y procedimientos de auditoria obligatorios. En consecuencia, las horas se hacían interminables y el cansancio acumulado golpeaba duro.  Considerando esa situación, le solicitamos al socio a cargo que, como atenuante, designe a la señora que colaboraba durante el día con el orden y la limpieza, para venir unas horas a la madrugada a acercarnos algún café u otra cosa. Accedió al razonable pedido y la tuvimos desde esa noche. El asunto es que la señora se tomó (nuevamente, valga la redundancia) muy en serio su nueva responsabilidad y comenzó a acercarnos en forma ininterrumpida tazas grandes de café negro. Hacia toda su ronda, e inmediatamente comenzaba una nueva, llevándose las tazas vacías, reemplazándolas por una con el cafecito caliente. Una y otra vez. Era un auténtico cafeducto virtual en el que la boca nunca se secaba. Tomábamos 10 o 15 cafés por noche. Las consecuencias tal vez fueron buenas para el trabajo, pero creo que no pude dormir más de cinco horas en todos esos dos meses. Afortunadamente, la fecha de los vencimientos  llegó  y todo retornó a la normalidad, sea lo que ello signifique.

2.- Cafeteros “in extremis”

Siempre se ha dicho que ningún extremo es bueno. Estaba trabajando con mi equipo de auditoría en las cómodas oficinas de una empresa  multinacional. Solía entrar un carrito ofreciendo café, té, galletitas y algún sándwich. En el escaso lapso de una semana, conocimos el cielo y el infierno. Sabíamos que se había renovado la concesión de la cafetería de la empresa, por  lo que era de esperar un cambio en el “camarero” del carrito. El primer día apareció un camarero “cinco estrellas”. Vestido de punta en blanco, peinado chato a la gomina, recién afeitado, y con manos cuidadas como los de un pianista. “¿Qué desean los señores?” “¿Me permiten sugerirles una galleta que combina muy bien con su café?” o “¿Cómo prefiere endulzar su bebida”, salían de su boca, todo en un tono cordial y de quién se complace en realizar su trabajo. Duró dos días. Comentaron que se fue a trabajar al restaurante cinco tenedores de una cadena de hotel.  Lo reemplazó su antítesis. Entró sin golpear, desprolijo de vestimenta y de trato confianzudo. “¿Che, flaco, que te doy?”  o “Piba, aquí va un café de rechupete” eran parte de su léxico. Duró unas horas, hasta que le tocó ofrecer sus productos al Gerente General. Poco tiempo después pusieron máquinas expendedoras en cada piso, y el asunto quedó solucionado.

3.- Cucharitas mágicas 



En esa otra auditoría también tenían su propio carrito, servían el café en vasos de plástico descartables bastante altos. Desde mi escritorio escuchaba que la gente le pedía su café y dos cucharitas. Y lo escuchaba bastante a menudo. Muy extraño, ya que las cucharitas eran de madera y muy pequeñas, de las del tipo paletas que se sirven con los helados. Con una o dos cucharaditas se iban igual a incinerar los dedos del mismo modo, ya que por su reducido tamaño no llegaban para revolver el azúcar del fondo de los largos vasos. Finalmente, resolví el enigma cuando vi a un empleado que enfrentaba las dos cucharitas por su lado más ancho, y con su abrochadora  daba dos golpes precisos, armando así una sola cucharita del doble de tamaño, y sin mojarse los dedos como quién esto escribe.