martes, 11 de julio de 2017

MUCHACHA BRAVA

                                                              

Luego de leer en este mismo blog el relato “Aquaman” publicado en mayo de 2015 con las peripecias de un inventario de petróleo crudo y productos refinados, inmediatamente me vino a la memoria la historia de mi propio inventario “fuera de lo común”. Detalle más, detalle menos, ésto fue lo que sucedió.

Se trataba de mi primera asignación sola como Encargada de trabajo B (Senior B). Hasta ese momento me había desempeñado en un cliente grande donde tenía por arriba mío un Senior A a cargo. Ahora me tocaba ponerme el trabajo “al hombro” por mí misma. Era la auditoria de una empresa mediana internacional que producía principalmente insumos para bebidas gaseosas, cuya materia prima es cereal.

Si bien la empresa no era de gran envergadura, auditarla tenía su prestigio ya que hasta el año anterior, ese trabajo había estado durante dos o tres años a cargo de un Senior A de muy buena fama en el estudio, una “estrella”.

Llegado el momento de presenciar el inventario de cierre de ejercicio, viajé unos cuantos kilómetros hasta la planta de producción. Lo más importante a recontar era el cereal a granel.  Se almacenaba en silos, muy similar al modo en que se lo hace con el combustible, pero como era un sólido había que tomar varias mediciones en tres lugares del techo del silo para poder definir el cono de la superficie superior del material almacenado que se formaba en el único lugar de ingreso del producto.  Con esas medidas y mediante tablas específicas, se definía el volumen almacenado. 


Para tomar las mediciones en el techo, era necesario subir los 36 metros de altura que tenía, equivalente a varios pisos de un edificio, por una “escalera de gato” adosada a la pared del silo, que ahora recuerdo sin la defensa en forma de tubo que normalmente se ve en ese tipo de escaleras, era una escalera libre. En la práctica, algo bastante cercano al alpinismo.

Gracia no me hacía, pero había que tomar el inventario como todos los años. Bajo ningún punto de vista iba a omitir hacer algo la primera vez que una mujer era senior en esa compañía.

No puedo explicar la cara de asombro del operario cuando vio que tenía toda la intención de subir, me lo preguntó varias veces para asegurarse que era cierto.  Un poco más disimulados pero igualmente asombrados quedaron los dos administrativos de la compañía que eran parte del equipo de conteo.

Allá fuimos, 36 metros arriba, un operario por delante y otro por detrás mío por cualquier cosa (supongo que para salvarme cual Spiderman si trastabillaba).  Era un lindo día de sol y tomamos todas las mediciones sin problemas.  Nos dieron las explicaciones de cómo se calculaban los volúmenes que aparecían tabulados, etc., etc. Pudimos disfrutar de vistas de toda la ciudad y campos del lugar.

La sorpresa la tuve después de bajar, también sin problemas.



Ahí me enteré que se había armado un interesante concurso de apuestas en la administración de la compañía sobre si yo iba a subir o no al silo.  Creo que hice felices a pocos y desgraciados a muchos que no veían venir la emancipación femenina.

Pero lo más sorprendente fue que cuando me contaron de la organización de las apuestas, yo les expliqué que no había chance de que no subiera al techo del silo, tenía que hacer el inventario como se hacía siempre.  “¿Siempre? ¡Pero si hace años que los auditores (hombres hechos y derechos los anteriores) no suben a los silos! Esperaban a que bajemos y luego copiaban todos los datos para reflejarlos en sus papeles de trabajo, ni locos subían los 36 metros.”

La anécdota es simpática a la distancia y tiene muchas lecturas:
·        -  Prejuicios sobre las capacidades femeninas, tal vez un poco antiguos, pero que se  siguen encontrando más de lo que es posible imaginar,
·     - Prejuicios que se mantienen a rajatabla, sin ser cuestionados por hombres o mujeres, sobre la audacia y las capacidades y responsabilidades masculinas.
·        - ¡Qué poco cambia la naturaleza humana a través del tiempo! ¡Esto sucedió hace más de 30 años!



Este relato ha sido aportado gentilmente por Marta Rodriguez