Luego
de leer en este mismo blog el relato “Aquaman” publicado en mayo de 2015 con
las peripecias de un inventario de petróleo crudo y productos refinados,
inmediatamente me vino a la memoria la historia de mi propio inventario “fuera
de lo común”. Detalle más, detalle menos, ésto fue lo que sucedió.
Se
trataba de mi primera asignación sola como Encargada de trabajo B (Senior B). Hasta
ese momento me había desempeñado en un cliente grande donde tenía por arriba
mío un Senior A a cargo. Ahora me tocaba ponerme el trabajo “al hombro” por mí
misma. Era la auditoria de una empresa mediana internacional que producía principalmente
insumos para bebidas gaseosas, cuya materia prima es cereal.
Si
bien la empresa no era de gran envergadura, auditarla tenía su prestigio ya que
hasta el año anterior, ese trabajo había estado durante dos o tres años a cargo
de un Senior A de muy buena fama en el estudio, una “estrella”.
Llegado
el momento de presenciar el inventario de cierre de ejercicio, viajé unos
cuantos kilómetros hasta la planta de producción. Lo más importante a recontar
era el cereal a granel. Se almacenaba en silos, muy similar al modo en
que se lo hace con el combustible, pero como era un sólido había que tomar
varias mediciones en tres lugares del techo del silo para poder definir el cono
de la superficie superior del material almacenado que se formaba en el único
lugar de ingreso del producto. Con esas medidas y mediante tablas
específicas, se definía el volumen almacenado.
Para
tomar las mediciones en el techo, era necesario subir los 36 metros de altura
que tenía, equivalente a varios pisos de un edificio, por una “escalera de gato”
adosada a la pared del silo, que ahora recuerdo sin la defensa en forma de tubo
que normalmente se ve en ese tipo de escaleras, era una escalera libre. En la
práctica, algo bastante cercano al alpinismo.
Gracia
no me hacía, pero había que tomar el inventario como todos los años. Bajo
ningún punto de vista iba a omitir hacer algo la primera vez que una mujer era
senior en esa compañía.
No
puedo explicar la cara de asombro del operario cuando vio que tenía toda la
intención de subir, me lo preguntó varias veces para asegurarse que era
cierto. Un poco más disimulados pero igualmente asombrados quedaron los
dos administrativos de la compañía que eran parte del equipo de conteo.
Allá
fuimos, 36 metros arriba, un operario por delante y otro por detrás mío por
cualquier cosa (supongo que para salvarme cual Spiderman si trastabillaba).
Era un lindo día de sol y tomamos todas las mediciones sin problemas. Nos
dieron las explicaciones de cómo se calculaban los volúmenes que aparecían
tabulados, etc., etc. Pudimos disfrutar de vistas de toda la ciudad y campos
del lugar.
La
sorpresa la tuve después de bajar, también sin problemas.
Ahí
me enteré que se había armado un interesante concurso de apuestas en la
administración de la compañía sobre si yo iba a subir o no al silo. Creo
que hice felices a pocos y desgraciados a muchos que no veían venir la
emancipación femenina.
Pero
lo más sorprendente fue que cuando me contaron de la organización de las
apuestas, yo les expliqué que no había chance de que no subiera al techo del
silo, tenía que hacer el inventario como se hacía siempre. “¿Siempre? ¡Pero
si hace años que los auditores (hombres hechos y derechos los anteriores) no
suben a los silos! Esperaban a que bajemos y luego copiaban todos los datos
para reflejarlos en sus papeles de trabajo, ni locos subían los 36 metros.”
La anécdota es simpática a
la distancia y tiene muchas lecturas:
· - Prejuicios
sobre las capacidades femeninas, tal vez un poco antiguos, pero que se siguen encontrando más de lo que es posible
imaginar,
· - Prejuicios
que se mantienen a rajatabla, sin ser cuestionados por hombres o mujeres, sobre
la audacia y las capacidades y responsabilidades masculinas.
· - ¡Qué
poco cambia la naturaleza humana a través del tiempo! ¡Esto sucedió hace más de
30 años!
Este
relato ha sido aportado gentilmente por Marta Rodriguez