sábado, 11 de junio de 2016

ELEGANTE ES MI SEGUNDO NOMBRE

En sus años de encargado de auditoría, cuando el  trabajo en el campo era, el trabajo en el campo, Carlos tuvo que viajar a Yacuiba (en el sur de Bolivia) en plena época de lluvias, en el año particularmente más lluvioso de la década (o tal vez de la última centuria, si es que hubiera registro de ello) y en el día seguramente más lluvioso del año. Por supuesto, los caminos estaban inundados y casi intransitables.
Partiendo de Yacuiba, se les dificultaba muchísimo a los auditores conseguir transporte a Tarija, desde donde el asistente debía volver a La Paz, y Carlos, como encargado, debía tomar su vuelo a Sucre para luego dirigirse a Potosí, donde tenía que reunirse con la gerencia de un nuevo cliente donde estaba por iniciar la auditoria.
Nada lograba desanimar a Carlos, y tras buscar una forma de movilizarse, consiguieron que el conductor de un bus maltrecho y destartalado, acepte como favor, llevarlos a Tarija en el pasillo del medio. Los dos auditores viajaron apoyándose espalda con espalda, sentados sobre la carga de otros pasajeros, a los saltos tratando, vanamente, de conciliar un poco el sueño. El viaje estaba complicado, en una carretera mojada y resbalosa y en plena lluvia torrencial. Durante la noche, los auditores despertaban para darse cuenta que el bus había parado debido a que se quedaba atorado en el fango y tenían que remover el equipaje para sacar las herramientas para lograr moverlo, desde adentro del fango y el agua.
Luego de un algo accidentado viaje de unas 16 horas, los auditores llegaron a la Terminal de Buses de Tarija. Cuando Carlos se acercó para recoger su equipaje, se llevó la desagradable sorpresa de encontrar a su maleta chorreando agua, ya que aparentemente con cada parada para sacar las herramientas, su maleta fue movida, quedando sumergida dentro del agua. Podría decirse que todo el contenido estaba flotando. Unos pececitos, y podría tener allí un acuario.
Eran las 6:30 a.m. y Carlos debía ir al aeropuerto para tomar su avión de las 10:30 de la mañana. Un auditor no se quebranta fácilmente. Por lo menos, no éste auditor.
En la plaza del aeropuerto, se acomodó en una banca y abrió su maleta, empezó a exprimir toda su ropa, la sacudió y extendió por toda la plaza, para que vaya secando alguito:  su traje, corbatas, camisas, ropa interior y en fin, todo lo que tenía.
Al fin en Potosí, a las 21:00 hs, pidió en el hotel una estufa (no tenían plancha ni otra alternativa para mejorar su apariencia para la importante reunión del día siguiente) para poder colgar cerca de ella y que sequen su chaqueta, una camisa, un calzoncillo, una corbata y un pantalón. Lamentablemente, la combinación de ropa muy húmeda y el calor de la estufa provocaron una reacción no deseada sobre sus escasas pertenencias de vestuario.
Hasta el día de hoy, el Gerente de Administración del cliente, recuerda verlo entrar a Carlos vestido con un terno que parecía haber sido utilizado por última vez en su ceremonia de primera comunión. Las mangas de la chaqueta le llegaban, a lo sumo, hasta el codo; la chaqueta llegaba solo hasta el inicio del ombligo, y los pantalones se habían encogido lo suficiente para ser un modelo pescador que dejaba al descubierto sus peludas piernas. Pese a todo eso, el cliente aún se mantiene como tal. Los méritos técnicos fueron superiores a un pequeño detalle de elegancia.


Anécdota aportada gentilmente por una colaboradora desde Bolivia