lunes, 26 de octubre de 2015

BONEX

                                                                                                                               
Sucedió durante la época en que era muy difícil para las empresas conseguir hacer pagos en dólares para la importación de sus materias primas esenciales (las restricciones al giro de moneda extranjera no son novedosas). La empresa, que era nuestro cliente de auditoría, tendría que cerrar si no las pudiera importar, ya que no estaría en condiciones de manufacturar sus productos. Para evitar la interrupción de los negocios, había comprado Bonos Externos de la República Argentina, que era una de los pocos medios legales para hacer llegar dólares a un proveedor en el exterior. Los Bonos Externos, emitidos al portador, de libre entrada y salida del país, tenían un mercado en el que se podían vender, por ejemplo en Nueva York, y convertirlos de dólares para pagar las importaciones.

Nuestro cliente había adquirido Bonos Externos por un valor de US$ 15.000.000 (como se decía en su momento, quince “palos verdes”), para asegurarse las importaciones de los meses subsiguientes. Los Bonos quedaron en custodia en una voluminosa caja de seguridad de un importante banco.

Como los títulos estaban incluidos contablemente como un activo en los estados contables de la empresa, y el banco no podía confirmar la cantidad, valores, o su existencia, ya que estaban dentro de una caja de seguridad a la que no tenían acceso, decidimos como procedimiento de auditoría, efectuar un recuento presencial de los Bonos en el banco, que solo nos pudo confirmar que tal caja se encontraba a nombre del cliente.

El día, y a la hora indicada, nos encontramos en el sector Cajas con el Gerente de Finanzas y el Gerente Administrativo de la empresa.  Abrieron la caja y la trajeron a una pequeña habitación privada, confidencial y cerrada. Estábamos solos. Nosotros tres, y los quince millones de dólares.

Nos dividimos el trabajo de contar y anotar los distintos valores. La concentración y el silencio eran totales. Solo se podía distinguir el sonido de nuestros dedos haciendo pasar de a una, cada lámina de Bonex (como eran normalmente conocidos), una lengua humedeciendo al dedo índice, y alguno que susurraba para sus adentros cuarenta y uno….cuarenta y dos….cuaren…. Uno de los tres (no diré quién fue), rompió el silencio.

─ ¡Qué trabajito!
─ Si.
─ Si.
─ Aquí, nosotros tres.
─ Si.
─ Si, los tres.
─ Aislados del mundo.
─ Totalmente.
─ No vemos, y nadie nos ve.
─ Son al portador.
─ Así es.
─ Completamente.
─ Y de libre entrada y salida del país.
─ Totalmente libre.
─ Nadie te puede preguntar.
─ Son quince millones de dólares.
─ Cinco para cada uno.
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas).
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas de otro).
─ ¡Ja, ja, ja! (risas nerviosas del tercero).

Continuamos recontando. El arqueo sumó exactamente los US$ 15.000.000. La cifra contable era correcta y estaba confirmada. La auditoría de los estados financieros anuales culminó con una opinión favorable sin salvedades. Tiempo después me ascendieron y no volví a saber nada de los Gerentes de Finanzas y Administrativo. Lo que pasó en la caja de seguridad, quedó en la caja de seguridad.

Después de más de 30 años, todavía tengo en mi mente las imágenes de esos momentos como si fuera una película que veo una y otra vez. Solo me queda por comentarles que estoy escribiendo la presente anécdota, con vista al mar, desde la cubierta de mi yate anclado en la marina de la caribeña isla de Saint Martin.



p.d: La última frase era una broma, jamás haría algo así. ¿Jamás haría algo así?

lunes, 12 de octubre de 2015

RELOJ, NO MARQUES LAS HORAS…

En esos días, trabajaba en Bolivia para un estudio multinacional. Sucedió durante el mes de los vencimientos tributarios, que son muy numerosos y voluminosos, y que afectaban también el trabajo de auditoria. Lo normal era trabajar diariamente hasta muy altas horas de  la madrugada.

Un colega argentino con el que me hice amigo cuando él se desempeñaba en una empresa petrolera en Bolivia, fue asignado a la filial de Dubai. Eran frecuentes los intercambios de mails con novedades y saludos.  En ocasiones, le escribía antes de retirarme, ya cercana la madrugada. Mi amigo comenzó a hacer cálculos de diferencia horaria y me envió un mail diciendo que estaba muy extrañado que yo le respondiera mails a las 23:30 o la medianoche hora local boliviana. La situación se reiteró en los  días siguientes, para sorpresa suya. Pensé en llevar la situación más al límite. Adelanté  en tres horas el reloj de mi computadora. Al día siguiente, mi amigo me escribió, indignado, diciéndome que era inaceptable que tuviera que trabajar hasta las 3:00 de la madrugada.
 
La respuesta que le dí fue categórica: “Querido amigo, no entiendo a qué viene tu sorpresa, somos un estudio multinacional y atendemos clientes internacionales, ellos nos pueden necesitar en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento, cualquiera sea la hora local, y tenemos que estar dispuestos a satisfacer sus requerimientos en el instante en que nos necesiten, las 24hs, los 7 días de la semana. ¿Para qué somos un estudio multinacional si no estamos a disposición donde y cuando lo requieran? ¿Qué clase de servicio brindaríamos? Si no trabajamos de esta forma, no mereceríamos llamarnos multinacionales. No hay motivos de sorpresa. Así debe funcionar, y funciona el sistema”

Mi amigo siguió recibiendo los mensajes con horarios locales 3:00 o 4:00 de la madrugada, provocados por mi reloj “intervenido”. Me escribió diciendo que era una locura lo que estaba haciendo, que nada podía justificar semejante desatino, que era una salvajada, y seguramente era ilegal. Había llegado demasiado lejos. Para no perder nuestra amistad, y para evitar un incidente, le confesé la trampa, mi amigo se alivió, y todo siguió en su cauce.

Intenté utilizar el mismo truco con mi mujer, pero no me creyó.