lunes, 12 de octubre de 2015

RELOJ, NO MARQUES LAS HORAS…

En esos días, trabajaba en Bolivia para un estudio multinacional. Sucedió durante el mes de los vencimientos tributarios, que son muy numerosos y voluminosos, y que afectaban también el trabajo de auditoria. Lo normal era trabajar diariamente hasta muy altas horas de  la madrugada.

Un colega argentino con el que me hice amigo cuando él se desempeñaba en una empresa petrolera en Bolivia, fue asignado a la filial de Dubai. Eran frecuentes los intercambios de mails con novedades y saludos.  En ocasiones, le escribía antes de retirarme, ya cercana la madrugada. Mi amigo comenzó a hacer cálculos de diferencia horaria y me envió un mail diciendo que estaba muy extrañado que yo le respondiera mails a las 23:30 o la medianoche hora local boliviana. La situación se reiteró en los  días siguientes, para sorpresa suya. Pensé en llevar la situación más al límite. Adelanté  en tres horas el reloj de mi computadora. Al día siguiente, mi amigo me escribió, indignado, diciéndome que era inaceptable que tuviera que trabajar hasta las 3:00 de la madrugada.
 
La respuesta que le dí fue categórica: “Querido amigo, no entiendo a qué viene tu sorpresa, somos un estudio multinacional y atendemos clientes internacionales, ellos nos pueden necesitar en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento, cualquiera sea la hora local, y tenemos que estar dispuestos a satisfacer sus requerimientos en el instante en que nos necesiten, las 24hs, los 7 días de la semana. ¿Para qué somos un estudio multinacional si no estamos a disposición donde y cuando lo requieran? ¿Qué clase de servicio brindaríamos? Si no trabajamos de esta forma, no mereceríamos llamarnos multinacionales. No hay motivos de sorpresa. Así debe funcionar, y funciona el sistema”

Mi amigo siguió recibiendo los mensajes con horarios locales 3:00 o 4:00 de la madrugada, provocados por mi reloj “intervenido”. Me escribió diciendo que era una locura lo que estaba haciendo, que nada podía justificar semejante desatino, que era una salvajada, y seguramente era ilegal. Había llegado demasiado lejos. Para no perder nuestra amistad, y para evitar un incidente, le confesé la trampa, mi amigo se alivió, y todo siguió en su cauce.

Intenté utilizar el mismo truco con mi mujer, pero no me creyó. 



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