martes, 31 de enero de 2017

UN CINCO HABILIDOSO - PARTE II

¡ALTO! Si usted no ha leído la PARTE I de  UN CINCO HABILIDOSO, le sugiero que detenga su lectura y no siga adelante. En la parte derecha del Blog aparecen las entradas anteriores, fue publicada en diciembre 2016, búsquela, léala y vuelva para aquí una vez terminado. Aproveche para leer las anécdotas que todavía no leyó.
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Al día siguiente, con el cierre cerrado y el reporte reportado, se propuso mejorar su puesto de trabajo. Recuperó el teclado, hizo comprar un mouse, subió el monitor encima de unos libros rubricados para ganar altura. El primer problema estaba resuelto. Le quedaba la silla que no cumplía ni uno de los requisitos que el médico le había recomendado.

Solo contaba con la última de las pastillas que le habían recetado. Sin la dosis que le hubiera tocado a media tarde, los dolores reaparecieron. Le aplicaron una inyección que también hubiera calmado a un dolorido caballo. El médico atacó con más analgésicos, kinesiología y la firme recomendación de un puesto de trabajo en condiciones ergonométricas. 

Había terminado de entender la importancia de cambiar su silla. Sabía que no sería fácil. No había ni un peso destinado a estos activos en el presupuesto y, estando a mitad de año, sería muy difícil incorporar ésta (para él) importante inversión. Como en todos los junios, sería la revisión del presupuesto, sabía que esa era su única oportunidad, por lo menos durante el año.
        
Su plan comenzó con una conversación con su jefe con el claro objetivo de sensibilizarlo (tarea difícil). Nada, ningún gasto que estuviera fuera del presupuesto, era algo aprobable por el jefe, quién se preguntó “¿Para qué está Abel?”: para generar ahorros, no para evitarlos. Pero recordó la torpeza del porrazo que se había pegado en el torneo organizado por la empresa y accedió a analizar la situación. Al día siguiente su jefe lo llamó y le dijo que, como lo consideraba un “recurso de gran valía”, lo autorizaba a poner en la revisión del presupuesto cinco mil pesos para cubrir el gasto para una silla ergonométrica.

Abel estaba feliz, el médico le había dicho que los analgésicos no los podía tomar por más de diez días o su aparato digestivo explotaría. Las aprobaciones de la revisión tardarían más, pero había una posibilidad de victoria. Fue a la planilla, buscó entre el centenar de conceptos de gastos y digitó en la línea de “equipamiento de oficina” un cinco como un gasto extra. La inflación había hecho que las planillas comiencen a hacerse difíciles de leer, así que ahora los números se expresaban en miles. Un cinco, era cinco mil: sus cinco mil pesos: su silla. Cuando presionó “Enter” miró al número, a ese simple caracter, y le pidió que vuelva aprobado, que él lo necesitaba. Terminó el reporte, y su jefe lo aprobó y lo envió a la subregión para aprobación. Allí viajaba su esperanza, en un byte. Un número entre miles. Un cinco.

A los dos días tuvo la respuesta de la subregión. Las revisiones de Argentina, Chile y Uruguay estaban OK, por lo que se enviaría a la región Latam para su aprobación. Con los gerentes de Latam, no sería tan fácil. Consultaron por varios costos extras, aunque la silla no fue objetada. Continuó viaje a la oficina global. Allí lo recibió el gerente global para su análisis e hizo varias objeciones a distintos costos. Esta vez ese cinco, el caracter que solucionaría los problemas de espalda de Abel, volvió en rojo. Abel se preparó para defenderlo. 

Explicó los motivos del gasto extra y preparó el reporte que reenvió a la subregión, que a la vez luego viajó a la región Latam para que finalice nuevamente en la oficina global. Para suerte de Abel el  gerente global en su oficina londinense aceptó y el cinco pasó a ser azul nuevamente. Llevaba tres batallas ganadas, la última con suspenso, pero ya estaba adentro. Ahora el  gerente global le enviaba la revisión del presupuesto al Board, donde se analizaban las revisiones de todas las empresas del grupo. Allí, desde Manhattan, el jefe supremo evaluaría todos los números de negocio de todas las empresas del grupo. Abel ya estaba sin analgésicos y los dolores, de a poco, volvían.

El jefe supremo, sentado en su super sillón (de bastante más de cinco mil pesos), volvió a poner en rojo el cinco y bajó así por la autopista corporativa: del Board a la oficina global, de ahí a la región, de Latam a la subregión y de allí a Argentina. Abel estaba preocupadísimo. Del stress, la tensión en el cuello se acentuó, y con ésto el dolor. El jefe le dijo que ponga con términos corporativos que el gasto era importante. Abel siguió con las indicaciones. Presionó “Send”, nuevamente el futuro de su espalda viajaba en un byte, dentro de un archivo plagado de números que volvió a atravesar toda la autopista. Llegó nuevamente al último round frente al Board. El jefe supremo se dio cuenta de la insignificancia de esa cifra y la volvió a pintar de azul. “¡Lo conseguí!”, gritó el cinco habilidoso al leer el mail. Llegó a su casa con una alegría desbordante: abrazó a sus hijos, abrió un vino para la cena, le hizo el amor a su mujer y durmió como un bebé, sin necesidad de analgésicos.


A la mañana siguiente, envió al jefe de compras el requerimiento. Trabajó todo el día pensando en la futura adquisición: con apoya brazos de altura regulable, respaldo con riñonera, apoya cabeza móvil, regulación neumática de la altura del asiento, todas las ruedas funcionando, acolchonada. Ese estado de ánimo le duró hasta las cinco de la tarde, hora en que recibió un mail del jefe de compras: el precio de la silla ahora era de cinco mil setecientos pesos y la asignación era de solo cinco mil. Como ya sabía Abel, al superar el diez por ciento del valor lo presupuestado, la compra quedaba pendiente para una nueva aprobación en el presupuesto del año próximo.


Este relato ha sido aportado gentilmente por Gastón Raffo