Si usted está leyendo el
presente relato y no ha leído previamente LA TORRE DE BABEL y la TORRE DE BABEL II,
sugiero les honre con un vistazo previo antes de zambullirse en el presente
relato. Le será de utilidad.
Confío en que si ha llegado
hasta aquí ya tiene el contexto de la situación. Paso a los hechos.
Luego de las bromas en japonés
y en idish al año siguiente, ya no había lugar para la sorpresa. Además, llegó
la etapa de promociones. El gerente de auditoría pasó a ser socio, yo pasé de
senior a supervisor y el asistente se convirtió en senior. El socio a cargo de
la asignación cedió su responsabilidad al nuevo socio, por lo que las bromas
idiomáticas quedaron suspendidas en el cliente.
Con los años, roté de
clientela y tuve otras funciones. El tiempo pasaba, pero persistía la
expectativa de las bromas idiomáticas consensuadas con el socio. Así recuerdo
haberle enviado una copia de un relato extraído de un texto escolar en Francés
indicando que era la minuta de una reunión con un cliente de una industrial
francés a la que habíamos asistido; o, adjuntarle una invitación de un congreso
petrolero escrita en Ruso señalando que contenía ideas para unos folletos que
él debía preparar; o una factura escrita en chino que había tomado de un curso
solicitando que me aprobara el gasto. Siempre había algo que enviarle y que
pudiera dibujarle una sonrisa. Varios años después me fui de la firma detrás de
otros desafíos profesionales. Al no trabajar en la misma empresa, las bromas
cesaron completamente. O casi….
Transcurrieron varios años
más. El socio seguía siendo socio del estudio, y yo trabajaba en una empresa
dedicada a evaluar inversiones en empresas. Un día mi jefe trajo a mi
escritorio unos diez cuadernillos de Memorias y Balances que él había recibido
de diversas entidades financieras del exterior, para visualizar y extraer
algunas ideas útiles para un futuro cuadernillo de nuestra empresa. Entre esos
ejemplares se incluía el de una entidad árabe. Y lo curioso era que estaba
íntegramente escrito en árabe, la Opinión del Auditor, los estados financieros
(cifras también en caracteres árabes), las notas a los EEFF, anexos y la propia
Memoria del Directorio y gráficos.
Era demasiada tentación como para dejarlo así y no aprovecharlo. Y no quedó así….Le envié un mail al socio
diciendo algo así como: “Solo la amistad que tenemos desde hace muchos años me
permite solicitarte semejante favor. Como sabes, en mi trabajo evaluamos
empresas, y sobre la base de distintas informaciones calculamos su rentabilidad
futura esperada y le calculamos un valor posible sobre la base de flujos
futuros de fondos. Ahora me ha tocado evaluar un proyecto especial. Se trata de
la compra de una planta desalinizadora de agua de mar en Kuwait. La empresa es
“Arab clear water” El problema es que la única información que tenemos es la
que pueda emerger de los últimos estados contables auditados de la empresa
titular de la planta. Tenemos muy poco tiempo para decidir la compra y estamos
compitiendo contra otros fondos internacionales. Si te parece aceptable, mi
idea es enviarte mañana en un sobre “Privado y confidencial” a tu nombre, una
copia de los estados contables y pedirte que basado en tu amplia experiencia en
revisar estados financieros y evaluar empresas, me des tu sincera e
independiente opinión sobre como ves a “Arab clear water”. Sería de tremenda ayuda."
Yo ya hice mi análisis, pero
no quiero “contaminarte” con mi opinión.
Desde ya, esto es
absolutamente confidencial, y nadie tiene que saber que te proporcioné ésta
documentación, ni que te hice una consulta. Hago esto porque sé que puedo
confiar en vos y tu discreción.
Al rato, recibí un mail del
socio indicándome que por supuesto le envíe el sobre con los estados contables,
que los analizaría personalmente y me daría sus conclusiones.
Efectivamente, al día
siguiente introduje los estados contables impresos exclusivamente en árabe
dentro de un sobre dirigido al socio y caratulado como “Privado y confidencial,
solo para ser abierto por el destinatario” y lo envié a su oficina.
Transcurrió muy poco tiempo
y el socio me llamó por teléfono riendo e indicándome que “No lo puedo
creer, pasaron más de veinte años desde que me hiciste la primera broma, y
todavía me las sigo creyendo!”.
Sé que ya no hay chance alguna de lograr
que el socio no considere, como mínimo “sospechoso” a cualquier mensaje que
reciba de parte mía. Fue bueno, mientras duró.