viernes, 13 de octubre de 2017

¡WELCOME TO ENGLAND! – PART II

Si bien no es imprescindible, para ponerlos en antecedentes, recomiendo leer primero el relato ¡WELCOME TO ENGLAND!, que apareció en el blog el mes anterior. Un mini resumen indicaría que se trataba de un viaje ocurrido por 1986 ó 1987 para una capacitación laboral en Londres. La llegada había sido un poco accidentada por alguna situación en la Aduana, que leída hoy seguro resulta muy graciosa, pero que en ese momento fue algo tensa. El desarrollo de esos hechos se encuentra en el relato antes mencionado. Tal como les anticipaba en esa anécdota, no fue lo único especial que me sucedió durante esa estadía en Londres.

Junto a los otros dos gerentes rioplatenses que íbamos a participar en la capacitación a partir del día siguiente, salimos a cenar esa noche. Somos latinos y no queríamos ir luego directamente al hotel a dormir, por lo que decidimos salir a caminar. Buscábamos algún pub que fuera especial e interesante. Y lo encontramos.

Estaba en una esquina. Por un lado había unos ventanales inmensos, y una puerta secundaria, todo totalmente vidriado que permitía ver el interior, y por la otra vereda, lo que sería la puerta principal. Estábamos parados enfrente, y el espectáculo nos parecía increíble. El pub estaba atestado de punks. Únicamente punks. La totalidad vestía con pantalones y chaquetas de cuero negro, alfileres de gancho en sus orejas, tachas puntiagudas en su ropa, muchos con sus vistosos peinados de mohicano, algunos motociclistas con físicos abundantes y cara de pocos amigos. Todos tomando sus grandes cervezas. Adentro ni un solo “civil”. El ambiente era el más pesado que se podía buscar en London. Y nosotros tres estábamos enfrente. Nuestra apariencia era la clara antítesis de los parroquianos de ese pub exclusivo. El hombre de seguridad, “bouncer” o “patovica”, cómo lo denominamos en Argentina, era otro punk, inmenso, rudo, de físico imponente que prácticamente cubría la totalidad de la entrada, nos observaba serio e incrédulo en su posición de brazos cruzados y amenazantes.

Nunca sabré cómo fue que se me ocurrió decirles a mis otros dos acompañantes:
-       -  Yo entro.

-       -  Vos estás loco.

-       -  Solo por un momento, a ver qué tal es el ambiente. Vamos los tres

-      -   Ni en tus sueños.

-      -  Pero, te das cuenta que allí te van a violar, te van a llenar de golpes, y luego te van a dejar tirado en la calle, si es que sobrevivís. Entrá vos solo. O no, no entremos ninguno, no es para nosotros, esos tipos no son precisamente unos lord ingleses.

-     -  No sean tan aguafiestas. Yo voy, entro, pido una cerveza, los saludo desde adentro, y salgo por la otra puerta.

-     - ¿Y cuando se arme el despelote? No te salvas.

-      - Llamen a la policía. Griten. ¿Qué podría pasar? Es un lugar público y si quiero entrar, entro.
-       
-   - La bestia que está en la puerta ya te está mirando feo.
-       
   - Voy, pero ustedes quédense aquí enfrente.

Mis amigos vieron que estaba hablando en serio, y realmente estaba por cruzar la calle y meterme dentro del infierno mismo. Me pidieron que desista, pero ya estaba resuelto. Comencé a caminar en dirección al bouncer y al pub que estaba detrás de su escultural espalda.

La bestia me miraba directo a los ojos y creo que no podía creer que alguien totalmente fuera del ambiente intentara entrar. Además era claro por todo el tiempo que estuvimos enfrente riendo y empujándonos, que se trataba solo de una broma, una apuesta, una bravuconada. Seguí caminando hacia la entrada y hacia ese hombre desproporcionadamente grande. Podía sentir mis palpitaciones cada vez más fuertes. Sabía que hacía lo incorrecto, pero no me podía detener. Ya estaba muy cerca y podía sentirle la respiración nerviosa. Cuando intenté introducirme por el minúsculo espacio que quedaba entre el físico del guardia y el marco de la puerta, el bouncer me puso una mano abierta en mi pecho, de forma que creo que me la dejó tatuada durante algunas semanas, y simplemente dijo en una voz de mando fuerte y segura:

-      -  Excuse me, no sir!

    Entendí claramente su indirecta. No hicieron falta explicaciones adicionales, y admito que yo tampoco se las reclamé. Volví sobre mis pasos, retrocediendo de espaldas, mirándolo a los ojos, como diciéndole “me voy porque yo quiero”. Mis amigos me abrazaron ya un poco más relajados, y me sugirieron que me cruce nuevamente, pero esta vez para agradecerle por haberme salvado la vida.

   Terminamos la noche tomando una cerveza en otro pub donde concurrían oficinistas y gerentes luego de su trabajo. Seguramente el sabor era el mismo en cualquier pub. 

     O de eso intenté convencer ami herido orgullo.