miércoles, 20 de febrero de 2019

LA TORRE DE BABEL III



Si usted está leyendo el presente relato y no ha leído previamente  LA TORRE DE BABEL y la TORRE DE BABEL II, sugiero les honre con un vistazo previo antes de zambullirse en el presente relato. Le será de utilidad.

Confío en que si ha llegado hasta aquí ya tiene el contexto de la situación. Paso a los hechos.

Luego de las bromas en japonés y en idish al año siguiente, ya no había lugar para la sorpresa. Además, llegó la etapa de promociones. El gerente de auditoría pasó a ser socio, yo pasé de senior a supervisor y el asistente se convirtió en senior. El socio a cargo de la asignación cedió su responsabilidad al nuevo socio, por lo que las bromas idiomáticas quedaron suspendidas en el cliente.

Con los años, roté de clientela y tuve otras funciones. El tiempo pasaba, pero persistía la expectativa de las bromas idiomáticas consensuadas con el socio. Así recuerdo haberle enviado una copia de un relato extraído de un texto escolar en Francés indicando que era la minuta de una reunión con un cliente de una industrial francés a la que habíamos asistido; o, adjuntarle una invitación de un congreso petrolero escrita en Ruso señalando que contenía ideas para unos folletos que él debía preparar; o una factura escrita en chino que había tomado de un curso solicitando que me aprobara el gasto. Siempre había algo que enviarle y que pudiera dibujarle una sonrisa. Varios años después me fui de la firma detrás de otros desafíos profesionales. Al no trabajar en la misma empresa, las bromas cesaron completamente. O casi….

Transcurrieron varios años más. El socio seguía siendo socio del estudio, y yo trabajaba en una empresa dedicada a evaluar inversiones en empresas. Un día mi jefe trajo a mi escritorio unos diez cuadernillos de Memorias y Balances que él había recibido de diversas entidades financieras del exterior, para visualizar y extraer algunas ideas útiles para un futuro cuadernillo de nuestra empresa. Entre esos ejemplares se incluía el de una entidad árabe. Y lo curioso era que estaba íntegramente escrito en árabe, la Opinión del Auditor, los estados financieros (cifras también en caracteres árabes), las notas a los EEFF, anexos y la propia Memoria del Directorio y gráficos.


Era demasiada tentación como para dejarlo así y no aprovecharlo. Y no quedó así….Le envié un mail al socio diciendo algo así como: “Solo la amistad que tenemos desde hace muchos años me permite solicitarte semejante favor. Como sabes, en mi trabajo evaluamos empresas, y sobre la base de distintas informaciones calculamos su rentabilidad futura esperada y le calculamos un valor posible sobre la base de flujos futuros de fondos. Ahora me ha tocado evaluar un proyecto especial. Se trata de la compra de una planta desalinizadora de agua de mar en Kuwait. La empresa es “Arab clear water” El problema es que la única información que tenemos es la que pueda emerger de los últimos estados contables auditados de la empresa titular de la planta. Tenemos muy poco tiempo para decidir la compra y estamos compitiendo contra otros fondos internacionales. Si te parece aceptable, mi idea es enviarte mañana en un sobre “Privado y confidencial” a tu nombre, una copia de los estados contables y pedirte que basado en tu amplia experiencia en revisar estados financieros y evaluar empresas, me des tu sincera e independiente opinión sobre como ves a “Arab clear water”. Sería de tremenda ayuda."


Yo ya hice mi análisis, pero no quiero “contaminarte” con mi opinión.
Desde ya, esto es absolutamente confidencial, y nadie tiene que saber que te proporcioné ésta documentación, ni que te hice una consulta. Hago esto porque sé que puedo confiar en vos y tu discreción.


Al rato, recibí un mail del socio indicándome que por supuesto le envíe el sobre con los estados contables, que los analizaría personalmente y me daría sus conclusiones.

Efectivamente, al día siguiente introduje los estados contables impresos exclusivamente en árabe dentro de un sobre dirigido al socio y caratulado como “Privado y confidencial, solo para ser abierto por el destinatario” y lo envié a su oficina.

Transcurrió muy poco tiempo y el socio me llamó por teléfono riendo e indicándome que “No lo puedo creer, pasaron más de veinte años desde que me hiciste la primera broma, y todavía me las sigo creyendo!”.


Sé que ya no hay chance alguna de lograr que el socio no considere, como mínimo “sospechoso” a cualquier mensaje que reciba de parte mía. Fue bueno, mientras duró.


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