jueves, 23 de mayo de 2019

PLUMAS PESADAS



1977 o 1978. Pleno gobierno militar en Argentina. Nos (tenía un asistente que denominaremos Alberto) tocó trabajar en una auditoria operativa de una empresa ubicada a unos 85 Km de Buenos Aires. La zona era especialmente “roja”, debido a actividades que la guerrilla había allí desplegado, por lo que existía una fuerte presencia militar y policial en todos los caminos.

Para ejecutar ese trabajo Alberto y yo viajábamos todos los días en mi auto hasta las oficinas del cliente. Estábamos acostumbrados a las detenciones  en la ruta. Mostrar documentos de identidad, explicar hacia donde nos dirigíamos. Una mirada al baúl y la mejor cara de “chicos buenos”, nos permitieron siempre seguir hacia nuestro destino.
Ese día, algo cambió en la rutina. Cuando pasé a buscarlo muy temprano al muy somnoliento Alberto, que había estado “de parranda” la noche anterior, se apareció con una voluminosa jaula con dos palomas adentro. Ante mi lógica consulta, mi compañero me comentó que un amigo suyo era criador de palomas mensajeras, y que le solicitó llevarla consigo para soltarlas cerca de la empresa, como forma de entrenamiento (eran 85 Km) ya que pronto iban a participar en una competencia. Por supuesto, y sin pensarlo demasiado, le dije que no veía ningún problema en hacerlo.

Pusimos la jaula en la baulera del auto y emprendimos nuestro camino a nuestra asignación. Aproximadamente en el Km40 unos policías nos hicieron la señal de detención. Era un control rutinario, exhibimos nuestros documentos y los del auto, y mientras estábamos en el trámite, Alberto y yo comenzamos a escuchar (o eso nos parecía) a las palomas haciendo su sonido característico desde su ubicación en la baulera. Nos pusimos muy nerviosos mientras seguíamos con los trámites. Afortunadamente, los policías no los habían escuchado. Respiramos aliviados, la explicación hubiera sido complicada. Pudimos continuar sin problemas

No por mucho tiempo. 


Poco antes de llegar a la empresa, nos desviamos por un camino secundario, más apto para liberar a las palomas. Íbamos recorriendo dicho camino y Alberto me pidió que nos detuviéramos. Frenamos, nos bajamos y abrimos el baúl, mi compañero sacó la jaula, abrió la puertita, y en el exacto momento en que introdujo su mano y las tomó, de la nada surgieron dos soldados y un oficial y nos apuntaron con sus armas. Uno de ellos gritó:
—¡Suelte las palomas!

Alberto entendió que la orden era de soltarlas, las extrajo y las liberó.
—¡Le dije que las suelte, que las deje, que no las toque!
Ante el hecho de que las palomas escapaban, los soldados comenzaron a dispararles para detener su huida, afortunadamente sin dar en el blanco. Las palomas subieron, dieron algunas vueltas hasta orientarse y se dirigieron a, vaya a saber hacia dónde.
—Eran palomas mensajeras, ví que tenían un tubito en la pata. ¿Qué mensaje secreto llevaban? —indagaron los descreídos militares.
—Ninguno. Supongo tendría la dirección de su palomar.
—¿Los datos para un futuro ataque?
—Son palomas mansas, no atacan a nadie.

Pequeña nota del editor: Tener en cuenta que para esa época no existían los celulares, mails, Instagram ni Skype, y una paloma mensajera era lo más avanzado en comunicación inalámbrica a larga distancia.

—¿Planes para un secuestro?
—Para nada.
—¿Tenía los nombres de la cúpula de su organización?
—Ninguno.
—¿Datos sobre armas?
—No.
—Los encontramos “in fraganti”, en un lugar solitario, enviando mensajes secretos. Vamos a detenerlos hasta tanto sepamos quiénes son realmente.
—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba mi compañero al despertarse abruptamente en el asiento del acompañante.
—¡Despertate Alberto, dejá de gritar! ¿Qué pesadilla tenías?
—Nada, nada. Larguemos las palomas de una buena vez.

Abrimos el baúl, sacamos la jaula y Alberto liberó a las palomas mensajeras del amigo de mi compañero. Subieron, dieron unas vueltas, y  se dirigieron hacia algún lugar. Tal vez, a su palomar.
                                          

Inspirado en una anécdota laboral contribuida gentilmente por un amigo.

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