martes, 9 de junio de 2015

DURA LEX SED LEX

                                                        
En esa época, me desempeñaba como auditor de una importante empresa industrial. Habíamos tomado conocimiento sobre la existencia de un nuevo juicio por cifras significativas, en el que estaba involucrado el cliente. Era clave tener mayor información, y solicité por los canales correspondientes una cita con el gerente de Legales. Se trataba de un personaje intocable dentro del organigrama informal, un “duro”, serio, formal, al que uno sabe que tiene que guardar respeto y distancia.
Llegué puntual a la cita, el abogado estaba volviendo de algún otro menester, y al verme esperándolo en la puerta, me hizo una seña para que pasara. En la entrada a su oficina había una pequeña elevación, una especie de escalón, de no más de dos centímetros, que fueron suficientes para que me engancharan la punta de mi zapato, y yo tropezara torpe y espectacularmente, en una “entrada triunfal”, casi cayendo en forma de X sobre el piso. Por la seriedad del momento, ninguno de los dos insinuó siquiera una sonrisa.
Al ingresar, el abogado, que estaba detrás de mí, me dijo “Tome asiento, por favor”. Para mi pánico, observé que su oficina de estilo minimalista solo presentaba  un escritorio grande, en el que no había libros, escritos, portalápices, computadoras o alguna otra cosa que indicara de qué lado se sentaba el dueño de la oficina, y de qué lado su visitante. El escritorio estaba ubicado en el centro, y para colmo, tenía colocado un sillón idéntico de cada lado. No tenía más que 3 o 4 segundos para tomar la decisión correcta. Las posibilidades eran 50/50. Tomé mi decisión y me senté en el sillón que me pareció que podía ser el del visitante, y……………….…………escuché a mis espaldas al letrado que me indicaba con voz firme “El otro sillón por favor”
Una vez aclarada la confusión de los sillones, estábamos en plena conversación sobre el comprometido tema judicial en el que se encontraba la empresa. Su secretaria, muy servicial, me alcanzó una taza de humeante café, acompañado de un sobrecito de azúcar, para que me lo sirviera a mi gusto. Mientras continuábamos la conversación, y sin quitar por un instante mi mirada del rostro del abogado, tomé el sobre. Con un adecuado movimiento de mis dedos le corté la punta, y mientras seguíamos hablando sobre el complicado tema judicial, vertí el sobre………..sobre todo el escritorio.  Una catarata de azúcar se esparció sobre el vidrio del mueble. El abogado solo atinó a bajar una reprochadora mirada sobre su nevado escritorio durante un breve e interminable segundo. Había que mantener la calma en el desastre. Mientras continuaba nuestra conversación, y como si fuera lo más normal del mundo, con mi mano derecha fui juntando los infinitos granos de azúcar y empujándolos hacia el extremo de la mesa, donde los recogí con la
mano izquierda y vertí, disimuladamente, dentro de la taza. Revolví el café con la cucharita prevista a tal fin, probablemente con demasiado entusiasmo. Exageré, y el torbellino arremolinado que generé, rebalsó los bordes de la taza, inundando por completo el platito. Hubo una nueva bajada de ojos del letrado hacia la taza que flotaba dentro del platito lleno de café mientras la conversación continuaba, amena.


Levanté la taza para tomar los restos de infusión que habían sobrevivido, y dejé un reguero de gotas marrones sobre el vidrio de su antes inmaculado escritorio, las que limpié disimuladamente arrastrando sobre el vidrio a la otrora resplandeciente manga de mi camisa blanca. La conversación continuó hasta su agotamiento (el del abogado).

El gerente de Legales cumplió con la antigüedad requerida y se jubiló unos meses después. Luego del pequeño incidente, me fueron asignados otros clientes (no por culpa del incidente) y no volví más a esa empresa. Supe que el juicio llegó a la Corte Suprema de Justicia, y ahí continúa.

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