Carlos había esperado toda su vida
para ese exacto momento. A sus 11 años, tener la responsabilidad de patear el
tiro libre para vencer de una vez al temido 6to A frente a toda la escuela, era
la máxima aspiración de un jugador “patadura”, como era considerado por el
resto de sus compañeros. Se lo debían. Gracias a su creatividad al escribir el
relato para el certamen escolar, su equipo había salido primero, y eso
implicaba ser premiados con cuatro recreos extendidos y galletitas de chocolate para todo el grado. A
cambio, solo les pidió a los compañeros que lo dejasen patear un tiro libre en
un momento clave del partido, si es que llegaban a la final. Ese era el
momento. Su oportunidad de demostrarle a todos, especialmente a su hermosa compañera
Pamela, que estaba presenciando el partido, que él podía hacerlo y que no era
un jugador mediocre. El silencio era absoluto. Colocó con sus manos la pelota
aproximadamente en el lugar donde el defensor de 6toA había cometido la falta. Retrocedió
unos cuatro metros para tomar impulso. No era suficiente, retrocedió unos cinco
metros más. No volaba una mosca. Si quería patear potentemente, tenía que tomar
más carrera, retrocedió unos tres metros más. Todos los ojos estaban fijos en
él. No podía fallar, tenía que ser un tiro histórico. Por si acaso, retrocedió
otros ocho metros y se dio por satisfecho. Trazó mentalmente una trayectoria
entre la pelota y el ángulo superior izquierdo del arco. Imposible atajarla. Era
ahora o nunca. Comenzó a correr hacia la pelota, cada metro se aceleraba más y más,
llegó hasta el balón hecho una tromba humana, y pateó con todas sus fuerzas.
La pelota salió despedida con un
impulso desproporcionado, ante la mirada atónita de propios, rivales y
espectadores, se elevó por el aire rozando el travesaño enemigo, siguió
elevándose y pasó por arriba de la medianera de la escuela mientras continuaba
subiendo. A los pocos segundos se elevaba por arriba de la ciudad de Buenos
Aires y se dirigía rumbo a la costa. Los bañistas de Mar del Plata, la
divisaron pensando que era una pelota perdida de jugadores playeros. Se dirigió
hacia el océano. El viento con olor salado acariciaba el esférico que se
mezclaba entre las inmensas bandadas de pájaros que volaban, hasta ese momento,
en perfecta formación, generando tremendos desparramos y desorientaciones.
Algunos marineros de barcos mercantes que iban entre Europa y Sudamérica,
vieron cosas raras en el cielo, pero los capitanes pensaron que se habían
emborrachado, los castigaron y les pidieron que se dejaran de hablar
estupideces. Tras cruzar el Atlántico, la pelota llegó al África. Los
elefantes, jirafas y leones la miraban sin entender de qué se trataba. Siguió
volando hacia el este, y pasó por arriba de una planicie, donde vivían dos
tribus que estaban en guerra permanente desde hacía generaciones. Estaban en
una de sus batallas semanales, cuando observaron en el cielo ese objeto
esférico, al que confundieron con un mensaje de un Dios desconocido. Si los
Dioses los vinieron a visitar, era seguramente para advertirles que no peleen
más. Y no se pelearon más. La pelota cruzó
África, e ingresó a Asia, pasando por los inmensos desiertos de Arabia Saudita
y por sobre las cabezas de las caravanas de camellos. Cuando pasó por la Gran
Muralla China, los miles de turistas la confundieron con un OVNI, y unos
científicos oportunistas escribieron luego un libro titulado “OVNIS sobre las
murallas”, con gran éxito editorial. Al sobrevolar Japón, unos samuráis
intentaron cortar con sus espadas al objeto volador, pero afortunadamente iba
suficientemente alto. Voló causando estupor por todo el océano Pacífico, entró
por Chile, los vientos la ayudaron a cruzar la alta Cordillera, e ingresó
nuevamente a Argentina, llegó a Buenos Aires y entró a la escuela pasando por arriba
del travesaño del arco propio, y por sobre las cabezas de todos los jugadores que
no podían creer lo que veían, cruzó toda la cancha y se clavó en el ángulo
superior izquierdo, precisamente allí donde había planeado meterla. Golazo.
El Juez pitó el final del partido
decretando la victoria de 6to B, su 6to. Fue apoteótico, todos los jugadores lo
abrazaron hasta casi asfixiarlo. Se dirigió resuelto hacia Pamela, que le
estaba sonriendo al costado de la cancha, ella lo abrazó y le dio un besote en
cada mejilla. Era feliz y……………
—¡Y, boludo!, ¿Estás dormido? ¿En qué estás
pensando? ¡Patea de una buena vez el tiro libre! ¡Dale! ¡Dale!
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